Toda persona para poder vivir necesita enterarse de lo que ocurre a su alrededor. Para satisfacer tus necesidades elementales como alimentarte y para otras más avanzadas como entablar relaciones con tus semejantes, necesitas saber qué pasa fuera de ti. A eso que pasa fuera de ti se acostumbra llamarlo "la realidad". La "realidad" está integrada por todo lo que consideramos "real", y lo que consideramos real es aquello que podemos ver, escuchar, y palpar.
Cuando realizamos estas actividades (ver, escuchar, y palpar), estamos utilizando tres de nuestros sentidos: la vista, el oído, y el tacto. Es través de ellos que percibimos principalmente la realidad: nos enteramos de que existe un objeto, de que alguien nos llama, de que algo está caliente. Existen dos sentidos más pero contribuyen en menor medida a que nos formemos una idea de la realidad.
A los elementos de información que reciben los órganos de los sentidos se les denomina "señales". Constantemente estamos recibiendo infinidad de estas señales y, sin embargo, la maravillosa máquina que es el cuerpo humano se las arregla para darnos una imagen comprensible de lo que existe fuera de nosotros. Sin que nos demos cuenta, se realiza una compleja tarea de selección e interpretación para que solamente nos enteremos de lo que realmente necesitamos.
Los mecanismos neurológicos que nos permiten conocer la realidad son en parte heredados y en parte adquiridos. A través de muchas decenas de miles de años, la especie humana ha evolucionado y ha llegado a ser lo que es hoy. Los órganos sensoriales, el sistema nervioso y, en particular, el cerebro que hoy tiene cada persona, son el resultado de esa evolución. También lo son los procesos cerebrales que constantemente están recibiendo y elaborando las señales que llegan desde el exterior.
La recepción y selección de señales se realiza constante y automáticamente por medio de mecanismos que son comunes y genéricos para toda la humanidad. Sin embargo, la última parte del procesamiento, que es la interpretación, no es universal ni general, ni es el producto de la evolución. Es personal y aprendida por cada uno de nosotros durante su período de crecimiento.
Desde que naces hasta que eres adulto pasas por un período de aprendizaje durante el cual las personas mayores que están alrededor tuyo te dicen qué es cada una de las cosas que vas conociendo. Así es como aprendes a saber qué es cada cosa. A este proceso de tomar una imagen que te llega por la vista y asignarle un significado, se llama "interpretación". La interpretación, como acabo de decirlo, es aprendida; no vienes al mundo sabiendo lo que es un carro de bomberos o una pelota de fútbol.
Así como aprendes a reconocer las cosas que ves, también aprendes a darle un significado a los "hechos" de los cuales eres testigo.
Cuando algo ocurre delante de ti mientras eres niño, recurres a los mayores para que te expliquen qué es lo que está pasando. Esta explicación la grabas dentro de ti y cuando eres grande olvidas que alguna vez tuviste que preguntarla. Te parece que la sabes desde siempre y, lo que es más, que todo el mundo lo sabe. Pero no es así, es particular tuya y de la sociedad en la que te has criado.
sábado, 14 de mayo de 2016
Tus posibilidades de éxito
Las acciones que estás en condiciones de llevar a cabo están condicionadas por el estado en que te encuentras. Piensa en una actividad física sencilla como, por ejemplo, caminar diez cuadras. Si es el primer ejercicio que intentas este día y eres una persona normal con una salud normal, no tengo dudas que lo harás sin pensarlo demasiado y no tendrás inconvenientes en llegar al final del recorrido. Si, en cambio, ya llevas recorridas cuarenta cuadras, es posible que lo pienses dos veces y decidas tomar algún medio de transporte.
Esto es así porque tu "estado inicial" es diferente; en un caso estás fresco y en el otro estás cansado. Esto que resulta evidente se aplica también a actividades más complejas como el estudio, el trabajo, y las relaciones sociales, aunque en estos casos, además del estado físico, influye también el estado mental con que encares la actividad.
Cuando te dispongas a realizar una actividad de cierta complejidad en la que no tengas experiencia previa o que te exija más de lo normal, es muy importante que lo hagas con un estado de ánimo positivo, es decir, optimista. De esta manera te aseguras las mejores chances de terminar la actividad con éxito. Si desde el inicio tienes una actitud negativa o pesimista, tus posibilidades de éxito se ven disminuidas.
Esto es tan cierto que algunos han creído que existe algún tipo de "magia" involucrada, y han creado un mito que han llamado el "pensamiento positivo", dando a entender que si uno piensa positivamente acerca de todo lo que emprende, puede conseguir triunfar en cualquier cosa que intente. El razonamiento es que si no lograste algo es porque no pensaste lo bastante positivamente acerca de ello. Este tipo de razonamiento vicioso ha sido usado para justificar más de una creencia sin fundamentos en la realidad.
La realidad es que cada uno de nosotros posee más recursos de los que ordinariamente cree, sin querer decir con ello que uno puede tener éxito en cualquier cosa que se le ocurra emprender. Un recurso es cualquier cosa, material o no, que sea necesaria para llevar a cabo una actividad. Si la tarea es cavar un pozo, voy a necesitar una pala, la energía física, y el deseo de hacerlo. Si alguna de estas tres cosas falta, no voy a poder cavar el pozo. Entonces, las tres cosas son recursos necesarios para la tarea.
Cuando pienso que no tengo la energía física para realizar algo, por más de que efectivamente la tenga, es como si no la tuviera. Esta es una actitud negativa o pesimista, y la tarea no llegará a buen fin no porque me falte la energía sino porque "pienso" que me falta. Lo mismo se aplica a otros tipos de recurso como, por ejemplo, la inteligencia, la habilidad social, etc.
Cuando piensas positivamente acerca de las posibilidades de efectuar una determinada tarea, te estás permitiendo a ti mismo usar todos los recursos de que dispones, y por lo tanto estás realmente aumentando las posibilidades de tener éxito. Si emprendes la tarea vacilante y dudoso, no estás controlando todos tus recursos y por lo tanto son menores las posibilidades de éxito.
Esto es así porque tu "estado inicial" es diferente; en un caso estás fresco y en el otro estás cansado. Esto que resulta evidente se aplica también a actividades más complejas como el estudio, el trabajo, y las relaciones sociales, aunque en estos casos, además del estado físico, influye también el estado mental con que encares la actividad.
Cuando te dispongas a realizar una actividad de cierta complejidad en la que no tengas experiencia previa o que te exija más de lo normal, es muy importante que lo hagas con un estado de ánimo positivo, es decir, optimista. De esta manera te aseguras las mejores chances de terminar la actividad con éxito. Si desde el inicio tienes una actitud negativa o pesimista, tus posibilidades de éxito se ven disminuidas.
Esto es tan cierto que algunos han creído que existe algún tipo de "magia" involucrada, y han creado un mito que han llamado el "pensamiento positivo", dando a entender que si uno piensa positivamente acerca de todo lo que emprende, puede conseguir triunfar en cualquier cosa que intente. El razonamiento es que si no lograste algo es porque no pensaste lo bastante positivamente acerca de ello. Este tipo de razonamiento vicioso ha sido usado para justificar más de una creencia sin fundamentos en la realidad.
La realidad es que cada uno de nosotros posee más recursos de los que ordinariamente cree, sin querer decir con ello que uno puede tener éxito en cualquier cosa que se le ocurra emprender. Un recurso es cualquier cosa, material o no, que sea necesaria para llevar a cabo una actividad. Si la tarea es cavar un pozo, voy a necesitar una pala, la energía física, y el deseo de hacerlo. Si alguna de estas tres cosas falta, no voy a poder cavar el pozo. Entonces, las tres cosas son recursos necesarios para la tarea.
Cuando pienso que no tengo la energía física para realizar algo, por más de que efectivamente la tenga, es como si no la tuviera. Esta es una actitud negativa o pesimista, y la tarea no llegará a buen fin no porque me falte la energía sino porque "pienso" que me falta. Lo mismo se aplica a otros tipos de recurso como, por ejemplo, la inteligencia, la habilidad social, etc.
Cuando piensas positivamente acerca de las posibilidades de efectuar una determinada tarea, te estás permitiendo a ti mismo usar todos los recursos de que dispones, y por lo tanto estás realmente aumentando las posibilidades de tener éxito. Si emprendes la tarea vacilante y dudoso, no estás controlando todos tus recursos y por lo tanto son menores las posibilidades de éxito.
Tu concepto del mundo
Tu estado, tanto mental como físico, es lo que, en ultima instancia, te puede llevar o no a la acción, condición indispensable para el éxito. Entiendo el éxito no desde una perspectiva estrecha como el éxito material, es decir, tener más dinero y por ende más cosas de las que el dinero puede comprar, sino en un sentido más amplio como el logro de tus objetivos, sean estos cuales fueran.
Tus objetivos pueden ser mejorar tu situación económica (tener más dinero), terminar una carrera, conseguir más amistades, ser feliz, alcanzar la paz interior, ayudar a la sociedad, lo que tú quieras plantearte como una meta. Nada de esto (y de todas las otras cosas que te puedas imaginar) se consigue sin la acción. Simplemente sentándote y pensando lo agradable que sería tener lo que deseas, no lo lograrás.
Una vez decidido a la acción, resta por determinar qué tipo de acción emprenderás. Aquí tiene una gran influencia cuál es tu concepto o modelo del mundo. El "mundo" al cual me estoy refiriendo no es el planeta Tierra con sus continentes y océanos, su fauna y su flora. Es un concepto más complejo que se refiere sustancialmente a la sociedad humana en la cual vives y a las conductas aceptadas o usuales en dicha sociedad.
La humanidad ha ido atravesando etapas de desarrollo, y a lo largo de este camino han ido variando las costumbres de las sociedades. Todas las sociedades del planeta no se encuentran en el mismo estado de desarrollo. En un mismo instante de tiempo se pueden encontrar distintos usos en distintas partes del globo, y naturalmente surgen conflictos que no es éste el lugar adecuado para discutirlos.
Lo que interesa destacar es que, dependiendo de dónde vivas e incluso de la clase social a la que pertenezcas, será distinto tu concepto del mundo. Éste está formado por el conjunto de tus creencias acerca de lo que es el mundo, y estas creencias influirán en la conducta que adoptes para lograr tu objetivo. Para dar un ejemplo, si tu objetivo es tener más dinero, dependiendo de tu concepto del mundo puedes elegir entre trabajar para ganarlo o salir a la calle a robárselo a quien lo tenga, entre otras varias conductas posibles.
Sea cual fuere la conducta que elijas, las posibilidades de tener éxito se verán influidas por otra parte de tu concepto del mundo que no es común con toda la sociedad o clase social en que vives sino que es particular tuya. En toda sociedad, en toda clase social, hay ganadores y perdedores. Tus chances de estar en uno u en otro bando dependerán (entre otras cosas) de tu concepto "personal" de lo que es el mundo.
Si piensas que el mundo es un lugar donde el esfuerzo es recompensado, y donde el que se esfuerza a la larga triunfa, estás más cerca de conseguir lo que quieres. Si piensas que el mundo es un lugar donde no vale la pena esforzarse porque el triunfo es una cuestión de suerte, estas creencias te alejarán de tu objetivo. Lo real es que nada se consigue sin esfuerzo; hasta el que se dedica a robar tiene que hacer el esfuerzo de planear su robo. Si te dedicas a esperar que el éxito te alcance por casualidad, puede que ello ocurra, pero sin duda será mucho menos probable que si haces algo para alcanzarlo.
Tus objetivos pueden ser mejorar tu situación económica (tener más dinero), terminar una carrera, conseguir más amistades, ser feliz, alcanzar la paz interior, ayudar a la sociedad, lo que tú quieras plantearte como una meta. Nada de esto (y de todas las otras cosas que te puedas imaginar) se consigue sin la acción. Simplemente sentándote y pensando lo agradable que sería tener lo que deseas, no lo lograrás.
Una vez decidido a la acción, resta por determinar qué tipo de acción emprenderás. Aquí tiene una gran influencia cuál es tu concepto o modelo del mundo. El "mundo" al cual me estoy refiriendo no es el planeta Tierra con sus continentes y océanos, su fauna y su flora. Es un concepto más complejo que se refiere sustancialmente a la sociedad humana en la cual vives y a las conductas aceptadas o usuales en dicha sociedad.
La humanidad ha ido atravesando etapas de desarrollo, y a lo largo de este camino han ido variando las costumbres de las sociedades. Todas las sociedades del planeta no se encuentran en el mismo estado de desarrollo. En un mismo instante de tiempo se pueden encontrar distintos usos en distintas partes del globo, y naturalmente surgen conflictos que no es éste el lugar adecuado para discutirlos.
Lo que interesa destacar es que, dependiendo de dónde vivas e incluso de la clase social a la que pertenezcas, será distinto tu concepto del mundo. Éste está formado por el conjunto de tus creencias acerca de lo que es el mundo, y estas creencias influirán en la conducta que adoptes para lograr tu objetivo. Para dar un ejemplo, si tu objetivo es tener más dinero, dependiendo de tu concepto del mundo puedes elegir entre trabajar para ganarlo o salir a la calle a robárselo a quien lo tenga, entre otras varias conductas posibles.
Sea cual fuere la conducta que elijas, las posibilidades de tener éxito se verán influidas por otra parte de tu concepto del mundo que no es común con toda la sociedad o clase social en que vives sino que es particular tuya. En toda sociedad, en toda clase social, hay ganadores y perdedores. Tus chances de estar en uno u en otro bando dependerán (entre otras cosas) de tu concepto "personal" de lo que es el mundo.
Si piensas que el mundo es un lugar donde el esfuerzo es recompensado, y donde el que se esfuerza a la larga triunfa, estás más cerca de conseguir lo que quieres. Si piensas que el mundo es un lugar donde no vale la pena esforzarse porque el triunfo es una cuestión de suerte, estas creencias te alejarán de tu objetivo. Lo real es que nada se consigue sin esfuerzo; hasta el que se dedica a robar tiene que hacer el esfuerzo de planear su robo. Si te dedicas a esperar que el éxito te alcance por casualidad, puede que ello ocurra, pero sin duda será mucho menos probable que si haces algo para alcanzarlo.
Enfocar el pensamiento
Lo que pienses del mundo, de cómo hay que actuar en él, y de las posibilidades que te brinda, determinará cuáles son los objetivos que te propondrás en tu vida y qué acciones tomarás para alcanzarlos. La manera en que ocupes tu pensamiento influirá en la posibilidad de alcanzar esos objetivos. Debes enfocar tu pensamiento en lo que deseas que ocurra y no lo contrario, o sea en aquellas cosas que no deseas que ocurran.
Si constantemente estás pensando en las cosas malas que tiene la vida, en todo aquello que no deseas que ocurra, y en todas las dificultades que se pueden presentar, te estás colocando en un estado que propicia ese tipo de cosas. Con esto no quiero fomentar la irresponsabilidad, alentar a que las personas se lancen a la aventura sin pensar en cuáles son las consecuencias que pueden tener lo que hacen.
Una de las cosas que más cuesta al ser humano en su camino hacia la superación es entender y poner en práctica la doctrina del justo medio (o del áureo medio). Esta doctrina ha sido universalmente proclamada tanto por los filósofos orientales como occidentales, y es un paso ineludible en la superación personal. Básicamente lo que dice es que hay que evitar todo tipo de exceso, toda clase de exageración.
La tendencia natural que todos tenemos es hacia la unilateralidad, esto es a volcarnos ya sea hacia un costado o hacia el otro en vez de mantenernos en el medio, que es el mejor lugar donde podemos estar. Uno de los tantos ámbitos donde esto se manifiesta es en la actitud con que encaramos la vida: o somos demasiado optimistas, o demasiado pesimistas. Ninguna de las dos cosas es buena.
Existen personas que son irreflexivamente optimistas y descuidan tomar precauciones por si las cosas llegan a salir mal o si experimentan algún tropiezo. Cuando esto ocurre, los encuentra desprevenidos y sin defensa. Por otra parte, existen personas que ven todo en colores sombríos y solamente atinan a pensar en las desgracias que les pueden ocurrir. Es poco probable que estas personas intenten hacer algo para mejorar su calidad de vida.
Tú puedes cambiar siempre y cuando adoptes la actitud correcta: ni un "pensamiento positivo" a ultranza que ve todo de color rosa, ni un pesimismo exagerado que lo ve todo de color negro. Tú no eres tu conducta y puedes cambiarla. La manera de hacerlo es cambiando la manera en que te representas las cosas, lo cual siempre está a tu alcance.
Lo que la mayoría de las personas desea es cambiar el estado en que se hallan. Se encuentran frustradas, furiosas, abatidas, o aburridas, cuando quisieran encontrarse alegres y felices. Para conseguirlo recurren a la comida, a la televisión, o a la droga, en vez de darse cuenta de que lo que tienen que hacer es modificar su conducta.
El principio fundamental que debes entender es que si quieres cambiar las condiciones en que te encuentras, ya sea tu estado de ánimo, tu situación económica, o cualquier otro aspecto de los tantos que se pueden elegir para mejorar, lo primero que debes cambiar es tu conducta. Para cambiar tu conducta, lo primero que debes cambiar es tu actitud, la manera con que enfrentas las cosas.
Si constantemente estás pensando en las cosas malas que tiene la vida, en todo aquello que no deseas que ocurra, y en todas las dificultades que se pueden presentar, te estás colocando en un estado que propicia ese tipo de cosas. Con esto no quiero fomentar la irresponsabilidad, alentar a que las personas se lancen a la aventura sin pensar en cuáles son las consecuencias que pueden tener lo que hacen.
Una de las cosas que más cuesta al ser humano en su camino hacia la superación es entender y poner en práctica la doctrina del justo medio (o del áureo medio). Esta doctrina ha sido universalmente proclamada tanto por los filósofos orientales como occidentales, y es un paso ineludible en la superación personal. Básicamente lo que dice es que hay que evitar todo tipo de exceso, toda clase de exageración.
La tendencia natural que todos tenemos es hacia la unilateralidad, esto es a volcarnos ya sea hacia un costado o hacia el otro en vez de mantenernos en el medio, que es el mejor lugar donde podemos estar. Uno de los tantos ámbitos donde esto se manifiesta es en la actitud con que encaramos la vida: o somos demasiado optimistas, o demasiado pesimistas. Ninguna de las dos cosas es buena.
Existen personas que son irreflexivamente optimistas y descuidan tomar precauciones por si las cosas llegan a salir mal o si experimentan algún tropiezo. Cuando esto ocurre, los encuentra desprevenidos y sin defensa. Por otra parte, existen personas que ven todo en colores sombríos y solamente atinan a pensar en las desgracias que les pueden ocurrir. Es poco probable que estas personas intenten hacer algo para mejorar su calidad de vida.
Tú puedes cambiar siempre y cuando adoptes la actitud correcta: ni un "pensamiento positivo" a ultranza que ve todo de color rosa, ni un pesimismo exagerado que lo ve todo de color negro. Tú no eres tu conducta y puedes cambiarla. La manera de hacerlo es cambiando la manera en que te representas las cosas, lo cual siempre está a tu alcance.
Lo que la mayoría de las personas desea es cambiar el estado en que se hallan. Se encuentran frustradas, furiosas, abatidas, o aburridas, cuando quisieran encontrarse alegres y felices. Para conseguirlo recurren a la comida, a la televisión, o a la droga, en vez de darse cuenta de que lo que tienen que hacer es modificar su conducta.
El principio fundamental que debes entender es que si quieres cambiar las condiciones en que te encuentras, ya sea tu estado de ánimo, tu situación económica, o cualquier otro aspecto de los tantos que se pueden elegir para mejorar, lo primero que debes cambiar es tu conducta. Para cambiar tu conducta, lo primero que debes cambiar es tu actitud, la manera con que enfrentas las cosas.
Repite tus éxitos
Ante una determinada circunstancia de tu vida, el tipo de comportamiento que adoptarás depende principalmente del estado en que te encuentres. Las acciones concretas que compondrán tu comportamiento (o conducta) dependen principalmente de tu modelo del mundo, es decir, de lo que pienses que es el mundo y de cómo hay que actuar en él.
Tu estado general se compone de tu estado mental y tu estado físico. Ambos están relacionados porque se influencian mutuamente. Tu estado mental determina si puedes disponer de todos tus recursos o no. Al contrario de lo que algunos quieren hacernos creer, no somos todos iguales y no disponemos todos de los mismos recursos.
Hay algunas personas que (a mi juicio, equivocadamente) difunden la idea de que cualquier persona puede hacer cualquier cosa. Detrás de esta actitud puede haber buenas o malas intenciones, pero cuál es el caso es imposible saber por las razones que voy a explicar. Parto de la base de que ninguna persona con un poco de inteligencia puede creer que todos podemos hacer cualquier cosa, como a veces se da a entender con mensajes como: "Lo que puedes concebir y creer, lo puedes realizar."
Es obvio que el que pretende con malas intenciones hacernos creer esto no nos dirá cuáles son esas razones, pero no es difícil adivinar que es el viejo y conocido intento de hacer dinero a costa de los ingenuos. Como no debemos suponer que todos los que transmiten este mensaje lo hacen para aprovecharse del prójimo, debemos pensar que existen otros que están sinceramente convencidos de que es así porque su propio grado de desarrollo no los capacita para discernir lo falso de lo verdadero.
Finalmente, deben existir también aquellos que saben que esto es falso pero igual lo difunden con el propósito de ayudar a las personas a superar sus propias auto-limitaciones. Es cierto que muchas veces las personas no alcanzan todo lo que podrían debido a sus erróneas creencias que las limitan en sus posibilidades. Sin embargo, a mi juicio, es erróneo pretender hacer creer a todos que pueden hacer cualquier cosa que puedan pensar. De esta manera lo que se consigue es que muchas personas desperdicien sus esfuerzos y, lo que es peor, sufran desilusiones que las hagan desistir de intentar lo que realmente pueden lograr.
Todos no somos iguales y todos no podemos hacer las mismas cosas. Cada uno debe saber lo que está a su alcance hacer con los recursos de que dispone. Los individuos que triunfan son los que logran convocar a voluntad todos los recursos de que disponen, sean estos muchos o pocos. Su triunfo es personal y no es determinado por la opinión de los demás. Los objetivos que se fijan son los que realmente pueden alcanzar.
Para disponer de todos los recursos que realmente tienes a tu disposición, lo que debes hacer es recordar aquella vez que alcanzaste el éxito en algo que intentaste. Toma nota del estado en que te encontrabas en aquella oportunidad, en todos los aspectos mentales y físicos, y busca la manera de reproducir ese estado para así poder repetir el éxito que tuviste aquella vez.
Tu estado general se compone de tu estado mental y tu estado físico. Ambos están relacionados porque se influencian mutuamente. Tu estado mental determina si puedes disponer de todos tus recursos o no. Al contrario de lo que algunos quieren hacernos creer, no somos todos iguales y no disponemos todos de los mismos recursos.
Hay algunas personas que (a mi juicio, equivocadamente) difunden la idea de que cualquier persona puede hacer cualquier cosa. Detrás de esta actitud puede haber buenas o malas intenciones, pero cuál es el caso es imposible saber por las razones que voy a explicar. Parto de la base de que ninguna persona con un poco de inteligencia puede creer que todos podemos hacer cualquier cosa, como a veces se da a entender con mensajes como: "Lo que puedes concebir y creer, lo puedes realizar."
Es obvio que el que pretende con malas intenciones hacernos creer esto no nos dirá cuáles son esas razones, pero no es difícil adivinar que es el viejo y conocido intento de hacer dinero a costa de los ingenuos. Como no debemos suponer que todos los que transmiten este mensaje lo hacen para aprovecharse del prójimo, debemos pensar que existen otros que están sinceramente convencidos de que es así porque su propio grado de desarrollo no los capacita para discernir lo falso de lo verdadero.
Finalmente, deben existir también aquellos que saben que esto es falso pero igual lo difunden con el propósito de ayudar a las personas a superar sus propias auto-limitaciones. Es cierto que muchas veces las personas no alcanzan todo lo que podrían debido a sus erróneas creencias que las limitan en sus posibilidades. Sin embargo, a mi juicio, es erróneo pretender hacer creer a todos que pueden hacer cualquier cosa que puedan pensar. De esta manera lo que se consigue es que muchas personas desperdicien sus esfuerzos y, lo que es peor, sufran desilusiones que las hagan desistir de intentar lo que realmente pueden lograr.
Todos no somos iguales y todos no podemos hacer las mismas cosas. Cada uno debe saber lo que está a su alcance hacer con los recursos de que dispone. Los individuos que triunfan son los que logran convocar a voluntad todos los recursos de que disponen, sean estos muchos o pocos. Su triunfo es personal y no es determinado por la opinión de los demás. Los objetivos que se fijan son los que realmente pueden alcanzar.
Para disponer de todos los recursos que realmente tienes a tu disposición, lo que debes hacer es recordar aquella vez que alcanzaste el éxito en algo que intentaste. Toma nota del estado en que te encontrabas en aquella oportunidad, en todos los aspectos mentales y físicos, y busca la manera de reproducir ese estado para así poder repetir el éxito que tuviste aquella vez.
El papel de las creencias
Cuando analizamos la conducta de una persona, son varios los factores que podemos ver como influyentes en ella. A su vez estos factores se influyen entre ellos, y a veces lo hacen recíprocamente, formando un lazo de realimentación. Estos factores se refieren tanto al cuerpo u organismo, como a la mente o espíritu. Lo físico y lo espiritual determinan la conducta del hombre, y a menudo lo físico influye en lo espiritual y viceversa.
El factor mental más importante en la conducta de la persona son sus creencias. Cuando se habla de creencias, la mayor parte de la gente piensa que uno se está refiriendo a la religión, pero esto no es así necesariamente. Las creencias religiosas son indudablemente muy importantes, pero, así y todo, no son las únicas. Las personas que no poseen creencias religiosas tienen, no obstante, creencias que orientan su vida.
Nadie puede vivir sin creencias, dado que las creencias de todo tipo forman la estructura en torno a la cual organizamos nuestra vida. Cuando te vas a dormir, crees que te vas a despertar y, cuando se hace de noche, crees que a su debido tiempo saldrá el sol. Estos son dos sencillos ejemplos de creencias sin las cuales tu vida sería muy diferente. Pensando en un plano más general, podemos decir que la historia de la humanidad es la historia de sus creencias.
También se suele hablar de "fe" para referirse a aquello en que uno cree, y también en este caso se suele dar por sobreentendido que uno se está refiriendo a la fe religiosa. La fe en la religión no es la única que podemos tener. A veces, un principio, guía, aforismo, o convicción que suministre orientación a la vida, influye tanto en lo que hacemos como la fe religiosa.
En otras palabras, todo aquello en que creemos forma nuestras creencias, y creemos aquello en que tenemos fe. Tener fe significa, sencillamente, creer en algo. En la mayoría de las personas las creencias más intensas son del tipo religioso, pero algunas personas pueden tener fuertes convicciones que orientan su vida y que no están conectadas con la religión.
Las creencias pueden influir en la fisiología de la persona. Los dos ejemplos más relevantes en este sentido son las curaciones por la fe y el efecto placebo. En innumerables santuarios repartidos por todo el mundo, personas de muchas religiones acuden a buscar la solución a sus enfermedades. A veces desahuciadas por los médicos, a veces sin haber tenido siquiera atención médica, concurren, en algunos casos desde grandes distancias, a rogar por su curación y en muchos casos la consiguen.
Cuando se trata de estudiar los efectos curativos de las drogas, es de norma hacer estudios comparativos con dos, y a veces tres, grupos de personas. A un grupo se le suministra la droga en experimentación y a otro grupo no se le administra ningún tipo de tratamiento. En ocasiones se añade un tercer grupo al que se le suministra algo que se le dice que es el medicamento en estudio pero en realidad es una sustancia innocua (sin efectos), conocida como "placebo". En estos casos se observa en el grupo que recibió el placebo mayor número de curaciones que en el grupo que no recibió ninguna sustancia, curaciones que solamente pueden atribuirse a la fe en el poder curativo del placebo.
El factor mental más importante en la conducta de la persona son sus creencias. Cuando se habla de creencias, la mayor parte de la gente piensa que uno se está refiriendo a la religión, pero esto no es así necesariamente. Las creencias religiosas son indudablemente muy importantes, pero, así y todo, no son las únicas. Las personas que no poseen creencias religiosas tienen, no obstante, creencias que orientan su vida.
Nadie puede vivir sin creencias, dado que las creencias de todo tipo forman la estructura en torno a la cual organizamos nuestra vida. Cuando te vas a dormir, crees que te vas a despertar y, cuando se hace de noche, crees que a su debido tiempo saldrá el sol. Estos son dos sencillos ejemplos de creencias sin las cuales tu vida sería muy diferente. Pensando en un plano más general, podemos decir que la historia de la humanidad es la historia de sus creencias.
También se suele hablar de "fe" para referirse a aquello en que uno cree, y también en este caso se suele dar por sobreentendido que uno se está refiriendo a la fe religiosa. La fe en la religión no es la única que podemos tener. A veces, un principio, guía, aforismo, o convicción que suministre orientación a la vida, influye tanto en lo que hacemos como la fe religiosa.
En otras palabras, todo aquello en que creemos forma nuestras creencias, y creemos aquello en que tenemos fe. Tener fe significa, sencillamente, creer en algo. En la mayoría de las personas las creencias más intensas son del tipo religioso, pero algunas personas pueden tener fuertes convicciones que orientan su vida y que no están conectadas con la religión.
Las creencias pueden influir en la fisiología de la persona. Los dos ejemplos más relevantes en este sentido son las curaciones por la fe y el efecto placebo. En innumerables santuarios repartidos por todo el mundo, personas de muchas religiones acuden a buscar la solución a sus enfermedades. A veces desahuciadas por los médicos, a veces sin haber tenido siquiera atención médica, concurren, en algunos casos desde grandes distancias, a rogar por su curación y en muchos casos la consiguen.
Cuando se trata de estudiar los efectos curativos de las drogas, es de norma hacer estudios comparativos con dos, y a veces tres, grupos de personas. A un grupo se le suministra la droga en experimentación y a otro grupo no se le administra ningún tipo de tratamiento. En ocasiones se añade un tercer grupo al que se le suministra algo que se le dice que es el medicamento en estudio pero en realidad es una sustancia innocua (sin efectos), conocida como "placebo". En estos casos se observa en el grupo que recibió el placebo mayor número de curaciones que en el grupo que no recibió ninguna sustancia, curaciones que solamente pueden atribuirse a la fe en el poder curativo del placebo.
El efecto de la fé
Generalmente cuando se habla de fe se está haciendo referencia a las convicciones religiosas de una persona, como por ejemplo cuando se habla de "la fe de los mártires". Sin embargo, no es el único uso que se le da a esta palabra, como se puede ver en las expresiones: "Tengo fe en que volverá" y "Tiene mucha fe en si mismo".
La expresión "tener fe" significa una creencia total en algo, que no deja lugar a la duda, al contrario que el término "creer", el cual deja un margen abierto para la misma. No es lo mismo decir: "Creo que volverá", que decir "Tengo fe en que volverá". No obstante, emplearé las palabras "fe" y "creencias" con el mismo significado de algo en que la persona cree sin reparos.
Las creencias de cualquier tipo, tanto las religiosas como las que no lo son, han producido grandes beneficios a la humanidad, pero también han producido grandes perjuicios cuando fueron obedecidas irreflexivamente. Por ejemplo, la fe en la superioridad de una raza o en la superioridad de una religión ha conducido a los hombres a guerras de exterminio. Pero la fe religiosa y la creencia en la hermandad de todos los hombres han inspirado conductas abnegadas que han servido de inspiración para miles de personas.
Podemos ver entonces el gran efecto que tiene la fe en la persona humana y, por consiguiente, en la sociedad humana. No de balde se ha dicho que: "La fe mueve montañas". En el aspecto personal, y en particular en lo que se refiere a la superación personal, la fe (o las creencias) es uno de los temas más importantes a considerar. Las creencias pueden ser tanto positivas, las que nos alientan a la acción, como negativas: aquellas que nos debilitan.
La creencia más importante en lo que se refiere a la superación personal es la fe en uno mismo. Es el factor que por sí mismo puede desbalancear la batalla completamente para un lado o para el otro. Una persona de capacidades mediocres puede triunfar si cuenta con fe en sí misma donde otra de mejores capacidades fracasa por no tener dicha fe o confianza.
La fe o confianza en sí mismo se suele a veces confundir con la autoestima, pero en realidad no son lo mismo. La confianza en sí mismo es algo más básico, más limitado que la autoestima. Se refiere a la creencia que tienes con respecto a tu capacidad para hacer algo en particular. La autoestima significa algo más general, referido a la opinión que en general tienes de ti mismo.
Una persona puede tener fe en sí misma para algunas cosas y no para otras, en ciertos ámbitos y no en otros. Podemos observar a una persona que se desempeña en sus tareas habituales con una gran seguridad en sí misma, y que pierde totalmente o en gran medida esa seguridad cuando se la traslada a un ámbito al que no está acostumbrada.
La fe en si mismo puede provenir de varias causas, algunas más frecuentes y naturales, otras más raras o artificiales. El medio ambiente es, como en otros casos, la influencia más común y más perdurable. El medio ambiente que nos interesa en este caso (también llamado "entorno"), está formado por las personas que rodean a la persona durante su infancia. Las acciones de los padres, los maestros, los amigos, y los compañeros escolares de la criatura, son sumamente influyentes en la confianza en sí misma que esa persona experimente cuando sea adulta.
La expresión "tener fe" significa una creencia total en algo, que no deja lugar a la duda, al contrario que el término "creer", el cual deja un margen abierto para la misma. No es lo mismo decir: "Creo que volverá", que decir "Tengo fe en que volverá". No obstante, emplearé las palabras "fe" y "creencias" con el mismo significado de algo en que la persona cree sin reparos.
Las creencias de cualquier tipo, tanto las religiosas como las que no lo son, han producido grandes beneficios a la humanidad, pero también han producido grandes perjuicios cuando fueron obedecidas irreflexivamente. Por ejemplo, la fe en la superioridad de una raza o en la superioridad de una religión ha conducido a los hombres a guerras de exterminio. Pero la fe religiosa y la creencia en la hermandad de todos los hombres han inspirado conductas abnegadas que han servido de inspiración para miles de personas.
Podemos ver entonces el gran efecto que tiene la fe en la persona humana y, por consiguiente, en la sociedad humana. No de balde se ha dicho que: "La fe mueve montañas". En el aspecto personal, y en particular en lo que se refiere a la superación personal, la fe (o las creencias) es uno de los temas más importantes a considerar. Las creencias pueden ser tanto positivas, las que nos alientan a la acción, como negativas: aquellas que nos debilitan.
La creencia más importante en lo que se refiere a la superación personal es la fe en uno mismo. Es el factor que por sí mismo puede desbalancear la batalla completamente para un lado o para el otro. Una persona de capacidades mediocres puede triunfar si cuenta con fe en sí misma donde otra de mejores capacidades fracasa por no tener dicha fe o confianza.
La fe o confianza en sí mismo se suele a veces confundir con la autoestima, pero en realidad no son lo mismo. La confianza en sí mismo es algo más básico, más limitado que la autoestima. Se refiere a la creencia que tienes con respecto a tu capacidad para hacer algo en particular. La autoestima significa algo más general, referido a la opinión que en general tienes de ti mismo.
Una persona puede tener fe en sí misma para algunas cosas y no para otras, en ciertos ámbitos y no en otros. Podemos observar a una persona que se desempeña en sus tareas habituales con una gran seguridad en sí misma, y que pierde totalmente o en gran medida esa seguridad cuando se la traslada a un ámbito al que no está acostumbrada.
La fe en si mismo puede provenir de varias causas, algunas más frecuentes y naturales, otras más raras o artificiales. El medio ambiente es, como en otros casos, la influencia más común y más perdurable. El medio ambiente que nos interesa en este caso (también llamado "entorno"), está formado por las personas que rodean a la persona durante su infancia. Las acciones de los padres, los maestros, los amigos, y los compañeros escolares de la criatura, son sumamente influyentes en la confianza en sí misma que esa persona experimente cuando sea adulta.
La confianza en sí mismo
La confianza en sí mismo es un elemento crucial en el desempeño de la persona. Puestas dos personas a realizar una misma tarea, si todos los demás factores son iguales, lo hará mejor y más rápido aquella que tenga más confianza en sí misma. Esto se aplica a todo tipo de tarea, desde la más simple a la más compleja. Te darás cuenta de la importancia de esta afirmación cuando te percates de que la tarea más compleja que tenemos que realizar es justamente vivir.
Muchos son los factores que pueden influir en el hecho de que una persona tenga o no confianza en sí misma, pero hay uno que es primordial: la manera en que es criada la persona. Cuando hablamos de persona, pensamos en una persona adulta y a menudo olvidamos que esa persona adulta fue antes una persona niña. Es durante la infancia que se echan las bases de lo que será la persona adulta, y es muy difícil que esta persona adulta pueda cambiar el rumbo que le fue marcado en su infancia.
Esto es así porque la infancia es la época en que la mente es más maleable, cuando más intensamente recibe la influencia de lo que la rodea. De aquí que cuando se habla de la influencia del medio ambiente o del entorno, se está haciendo referencia a la acción de los padres, de los parientes, de los amigos, de los maestros, de los compañeros escolares, durante la época en que la persona es más influenciable: su infancia.
Existen maneras de criar a un niño que estimulan la confianza en sí mismo y otras que tienden a destruirla. Deshacer el efecto de una mala crianza o una mala educación, es muy difícil cuando la persona ya es adulta. Sin embargo, el cambio puede darse, ya sea de manera fortuita o de manera deliberada.
Si pensamos que la confianza en sí mismo (o auto-confianza) se refiere a la creencia en la propia capacidad para llevar a cabo una tarea, podemos darnos cuenta de las diversas formas en que puede incrementarse la auto-confianza de una persona. En primer lugar, existen experiencias fortuitas que permiten a la persona darse cuenta de que es capaz de llevar a cabo una tarea para la que pensaba no tener condiciones. Se les suele llamar "experiencias cruciales" porque marcan una encrucijada en el camino vital.
A través de la lectura de libros y revistas, o por medio del cine y la televisión, la persona que pensaba carecer de capacidad o de posibilidades puede ver a otras en su misma situación realizar actividades o alcanzar objetivos que consideraba fuera de su alcance. A esta forma podemos llamarla "por el conocimiento", dado que la persona conoce cosas que antes ignoraba, y eso es lo que provoca el cambio.
Existe también una vía gradual para llegar a tener fe en la capacidad de uno para una tarea. Esta consiste en ir acercándose a la meta deseada por etapas sucesivas. Se comienza por tareas más sencillas y de a poco se va incrementando la dificultad. Este método se ha usado por siglos en la capacitación laboral: la persona se inicia como aprendiz y gradualmente, a lo largo del tiempo, va adquiriendo más responsabilidades y ascendiendo en la escala laboral.
Finalmente, existe un método que algunos pueden tomar como "mágico" pero que en realidad tiene fundamentos neurológicos. Consiste en practicar representaciones mentales (o visualizaciones) de la tarea que se pretende realizar. Hechas comparaciones entre personas que practicaron este tipo de "ejercicios mentales" y otras que no lo hicieron, se encontró que las primeras eran más eficaces que las segundas.
Muchos son los factores que pueden influir en el hecho de que una persona tenga o no confianza en sí misma, pero hay uno que es primordial: la manera en que es criada la persona. Cuando hablamos de persona, pensamos en una persona adulta y a menudo olvidamos que esa persona adulta fue antes una persona niña. Es durante la infancia que se echan las bases de lo que será la persona adulta, y es muy difícil que esta persona adulta pueda cambiar el rumbo que le fue marcado en su infancia.
Esto es así porque la infancia es la época en que la mente es más maleable, cuando más intensamente recibe la influencia de lo que la rodea. De aquí que cuando se habla de la influencia del medio ambiente o del entorno, se está haciendo referencia a la acción de los padres, de los parientes, de los amigos, de los maestros, de los compañeros escolares, durante la época en que la persona es más influenciable: su infancia.
Existen maneras de criar a un niño que estimulan la confianza en sí mismo y otras que tienden a destruirla. Deshacer el efecto de una mala crianza o una mala educación, es muy difícil cuando la persona ya es adulta. Sin embargo, el cambio puede darse, ya sea de manera fortuita o de manera deliberada.
Si pensamos que la confianza en sí mismo (o auto-confianza) se refiere a la creencia en la propia capacidad para llevar a cabo una tarea, podemos darnos cuenta de las diversas formas en que puede incrementarse la auto-confianza de una persona. En primer lugar, existen experiencias fortuitas que permiten a la persona darse cuenta de que es capaz de llevar a cabo una tarea para la que pensaba no tener condiciones. Se les suele llamar "experiencias cruciales" porque marcan una encrucijada en el camino vital.
A través de la lectura de libros y revistas, o por medio del cine y la televisión, la persona que pensaba carecer de capacidad o de posibilidades puede ver a otras en su misma situación realizar actividades o alcanzar objetivos que consideraba fuera de su alcance. A esta forma podemos llamarla "por el conocimiento", dado que la persona conoce cosas que antes ignoraba, y eso es lo que provoca el cambio.
Existe también una vía gradual para llegar a tener fe en la capacidad de uno para una tarea. Esta consiste en ir acercándose a la meta deseada por etapas sucesivas. Se comienza por tareas más sencillas y de a poco se va incrementando la dificultad. Este método se ha usado por siglos en la capacitación laboral: la persona se inicia como aprendiz y gradualmente, a lo largo del tiempo, va adquiriendo más responsabilidades y ascendiendo en la escala laboral.
Finalmente, existe un método que algunos pueden tomar como "mágico" pero que en realidad tiene fundamentos neurológicos. Consiste en practicar representaciones mentales (o visualizaciones) de la tarea que se pretende realizar. Hechas comparaciones entre personas que practicaron este tipo de "ejercicios mentales" y otras que no lo hicieron, se encontró que las primeras eran más eficaces que las segundas.
El círculo de influencias
Tus creencias dirigen tu vida. Si quieres tener la posibilidad de cambiar el rumbo de tu vida debes cambiar aquellas creencias que te impiden obtener lo que quieres. Esto puede lograrse solamente por medio de un sostenido esfuerzo, pero es la única manera de liberarte de las trabas que tú mismo te impones.
La razón de que las creencias tengan una influencia tan importante en tu vida es que existe un círculo de influencia recíproca que perpetua y consolida la manera en que has estado viviendo hasta ahora. La comprensión de este círculo es fundamental para que puedas romperlo e iniciar un nuevo camino.
Partamos de la base de que para realizar algo tienes que tener la capacidad para hacerlo. Dicha capacidad te la darán el estudio y el entrenamiento. Tienes que tener el conocimiento sobre cómo llevar a cabo la tarea, y esto se consigue mediante el estudio. Hagamos de cuenta que tu vida es un barco, y tú quieres ser el capitán de ese barco. En otras palabras, quieres ser el capitán de tu propio destino.
Para ser capitán de barco tienes que tener una buena cantidad de conocimientos sobre navegación. ¿Cómo se consiguen estos conocimientos? Estudiando. Pero el estudio solamente no basta, hay que realizar prácticas. Es decir, se necesita entrenarse. Todo aspirante a capitán no comienza asumiendo el mando de un barco ni bien termina sus estudios. Comienza ocupando puestos subalternos que le dan la posibilidad de entrenarse en los distintos aspectos de la navegación bajo el control de una persona más capacitada y con mayor experiencia. De a poco va ocupando posiciones más importantes a medida que su entrenamiento avanza.
Pero todo esto nunca hubiera comenzado si el futuro capitán no hubiera tenido desde el principio el convencimiento de que estaba a su alcance llegar algún día a ocupar esa posición. Aquí es donde vemos la importancia de las creencias. Tiene que haber una creencia previa en la posibilidad de hacer algo, para que ese algo pueda ser hecho. Esa creencia es la que te lleva a la acción, que en este caso es primero el estudio y luego el entrenamiento.
La creencia te da la capacidad para pasar a la acción. Aunque tengas todas las condiciones para ser capitán, si no crees que puedas serlo estás incapacitado para siquiera comenzar el camino para llegar a esa meta. Pero una vez que inicias las acciones, comienzas a obtener resultados. Cuando más estudias, más sabes. Cuanto más te entrenas, más diestro eres. La acción produce resultados.
¿Qué ocurre cuando los resultados comienzan a aparecer? Las creencias iniciales se ven confirmadas, es decir, se refuerzan. Aquella creencia que tenías al comienzo, tal vez no muy intensa, de que alguna vez podrías llegar a tu meta, se va intensificando a medida que consigues resultados y que la meta se encuentra más cerca. Podemos decir entonces que los resultados influyen en las creencias.
Este es el círculo de influencias que puede operar tanto a favor como en contra tuya. Si de entrada comienzas con una creencia negativa de que no eres capaz de hacer algo, es probable que no lo consigas, lo cual te confirmará en tu creencia de que eres incapaz. El fracaso engendra el fracaso; el éxito engendra el éxito.
Por supuesto que todos venimos a la vida con ciertas condiciones naturales que nos facilitan determinados objetivos, y careciendo de otras condiciones que nos permitirían otras actividades. Pero las creencias también son importantes. Por lo tanto: analiza tus creencias, decide cuáles te convienen y cuáles no, y decide cuáles cambiar y cómo.
La razón de que las creencias tengan una influencia tan importante en tu vida es que existe un círculo de influencia recíproca que perpetua y consolida la manera en que has estado viviendo hasta ahora. La comprensión de este círculo es fundamental para que puedas romperlo e iniciar un nuevo camino.
Partamos de la base de que para realizar algo tienes que tener la capacidad para hacerlo. Dicha capacidad te la darán el estudio y el entrenamiento. Tienes que tener el conocimiento sobre cómo llevar a cabo la tarea, y esto se consigue mediante el estudio. Hagamos de cuenta que tu vida es un barco, y tú quieres ser el capitán de ese barco. En otras palabras, quieres ser el capitán de tu propio destino.
Para ser capitán de barco tienes que tener una buena cantidad de conocimientos sobre navegación. ¿Cómo se consiguen estos conocimientos? Estudiando. Pero el estudio solamente no basta, hay que realizar prácticas. Es decir, se necesita entrenarse. Todo aspirante a capitán no comienza asumiendo el mando de un barco ni bien termina sus estudios. Comienza ocupando puestos subalternos que le dan la posibilidad de entrenarse en los distintos aspectos de la navegación bajo el control de una persona más capacitada y con mayor experiencia. De a poco va ocupando posiciones más importantes a medida que su entrenamiento avanza.
Pero todo esto nunca hubiera comenzado si el futuro capitán no hubiera tenido desde el principio el convencimiento de que estaba a su alcance llegar algún día a ocupar esa posición. Aquí es donde vemos la importancia de las creencias. Tiene que haber una creencia previa en la posibilidad de hacer algo, para que ese algo pueda ser hecho. Esa creencia es la que te lleva a la acción, que en este caso es primero el estudio y luego el entrenamiento.
La creencia te da la capacidad para pasar a la acción. Aunque tengas todas las condiciones para ser capitán, si no crees que puedas serlo estás incapacitado para siquiera comenzar el camino para llegar a esa meta. Pero una vez que inicias las acciones, comienzas a obtener resultados. Cuando más estudias, más sabes. Cuanto más te entrenas, más diestro eres. La acción produce resultados.
¿Qué ocurre cuando los resultados comienzan a aparecer? Las creencias iniciales se ven confirmadas, es decir, se refuerzan. Aquella creencia que tenías al comienzo, tal vez no muy intensa, de que alguna vez podrías llegar a tu meta, se va intensificando a medida que consigues resultados y que la meta se encuentra más cerca. Podemos decir entonces que los resultados influyen en las creencias.
Este es el círculo de influencias que puede operar tanto a favor como en contra tuya. Si de entrada comienzas con una creencia negativa de que no eres capaz de hacer algo, es probable que no lo consigas, lo cual te confirmará en tu creencia de que eres incapaz. El fracaso engendra el fracaso; el éxito engendra el éxito.
Por supuesto que todos venimos a la vida con ciertas condiciones naturales que nos facilitan determinados objetivos, y careciendo de otras condiciones que nos permitirían otras actividades. Pero las creencias también son importantes. Por lo tanto: analiza tus creencias, decide cuáles te convienen y cuáles no, y decide cuáles cambiar y cómo.
Porqué fracasas
Cuando eras un niño pequeño y estabas aprendiendo a caminar, sufriste muchas caídas. Cada vez que te caías, te levantabas y dabas unos pasos más, y volvías a caerte. Aunque ahora caminar te parezca algo muy natural y lo hagas sin pensarlo, la verdad es que en alguna época de tu vida no sabías como hacerlo.
¿Que hubiera pasado si después de caerte, supongamos, veinte veces, te hubieras dicho: "Yo no sirvo para caminar", y no lo hubieras intentado más? En estos momentos estarías confinado a un lecho, o andarías en una silla de ruedas. Es cierto que en aquella época en que tan a menudo rodabas por el suelo, tenías a unas personas, tus padres, que por un lado te alentaban a seguir intentándolo y, por otro lado, te consolaban cuando sufrías una caída. Pero de todas maneras, es una suerte que, cuando todavía no tenías dos años, no te hayas dejado vencer por el pesimismo.
Ahora que ya eres adulto, probablemente no tengas a una persona que te aliente y te consuele, pero esa es una de las consecuencias de la adultez. Llegar a adulto significa, entre otras cosas, tener que convertirte en tu propio padre (o madre, que para el caso es lo mismo). Cuando la persona es niña, el padre la controla, la vigila, pero también la alienta y la consuela. Cuando llegas a adulto te independizas de tus padres, pero esto no quiere decir que te descontroles, sino que tú ejerces tu propio control.
Así como ahora ejerces la función paternal de controlarte a ti mismo, también debes alentarte a seguir adelante y consolarte cuando sufres una caída. Para ello debes saber que tener una caída no es fracasar, que es lo que tus padres sabían cuando te incitaban a que lo siguieras intentando. Ellos sabían que para que tú aprendieras a caminar tenías que caerte primero muchas veces pero que a la larga lo ibas a lograr, porque millones de seres humanos lo habían hecho antes que tú.
En las vueltas de la vida intentamos a veces cosas donde el triunfo final no es tan seguro ni tan claro como ocurre con los intentos del niño para aprender a caminar. Es en esas ocasiones donde nos sentimos más inclinados a desalentarnos y a abandonar todo. El razonamiento consciente tiene que indicarnos hasta donde conviene seguir insistiendo y cuándo conviene abandonar. Lo que tienes que hacer ineludiblemente es eliminar la palabra "fracaso" de tu vocabulario.
Si existe alguien que podemos llamar "fracasado", es aquel que ha dejado de intentar. Eso no quiere decir que tengas que seguir intentando lo mismo toda tu vida. Es común encontrar en los libros que enseñan como alcanzar el éxito, las historias de aquellos personajes que siguieron intentando e intentando algo que parecía una locura, hasta que consiguieron triunfar y demostrar que su locura no era tal.
Lo que no se dice en esos libros es que por cada de uno de aquellos que después de mil intentos consiguieron triunfar, existieron muchos más que después de mil intentos no llegaron a ninguna parte. No hay que abandonar después del primer intento fallido, pero tampoco hay que persistir eternamente en algo que no tiene posibilidades. Como en todas las cosas, la razón es la que debe guiarte e indicarte la justa medida de cada cosa.
¿Que hubiera pasado si después de caerte, supongamos, veinte veces, te hubieras dicho: "Yo no sirvo para caminar", y no lo hubieras intentado más? En estos momentos estarías confinado a un lecho, o andarías en una silla de ruedas. Es cierto que en aquella época en que tan a menudo rodabas por el suelo, tenías a unas personas, tus padres, que por un lado te alentaban a seguir intentándolo y, por otro lado, te consolaban cuando sufrías una caída. Pero de todas maneras, es una suerte que, cuando todavía no tenías dos años, no te hayas dejado vencer por el pesimismo.
Ahora que ya eres adulto, probablemente no tengas a una persona que te aliente y te consuele, pero esa es una de las consecuencias de la adultez. Llegar a adulto significa, entre otras cosas, tener que convertirte en tu propio padre (o madre, que para el caso es lo mismo). Cuando la persona es niña, el padre la controla, la vigila, pero también la alienta y la consuela. Cuando llegas a adulto te independizas de tus padres, pero esto no quiere decir que te descontroles, sino que tú ejerces tu propio control.
Así como ahora ejerces la función paternal de controlarte a ti mismo, también debes alentarte a seguir adelante y consolarte cuando sufres una caída. Para ello debes saber que tener una caída no es fracasar, que es lo que tus padres sabían cuando te incitaban a que lo siguieras intentando. Ellos sabían que para que tú aprendieras a caminar tenías que caerte primero muchas veces pero que a la larga lo ibas a lograr, porque millones de seres humanos lo habían hecho antes que tú.
En las vueltas de la vida intentamos a veces cosas donde el triunfo final no es tan seguro ni tan claro como ocurre con los intentos del niño para aprender a caminar. Es en esas ocasiones donde nos sentimos más inclinados a desalentarnos y a abandonar todo. El razonamiento consciente tiene que indicarnos hasta donde conviene seguir insistiendo y cuándo conviene abandonar. Lo que tienes que hacer ineludiblemente es eliminar la palabra "fracaso" de tu vocabulario.
Si existe alguien que podemos llamar "fracasado", es aquel que ha dejado de intentar. Eso no quiere decir que tengas que seguir intentando lo mismo toda tu vida. Es común encontrar en los libros que enseñan como alcanzar el éxito, las historias de aquellos personajes que siguieron intentando e intentando algo que parecía una locura, hasta que consiguieron triunfar y demostrar que su locura no era tal.
Lo que no se dice en esos libros es que por cada de uno de aquellos que después de mil intentos consiguieron triunfar, existieron muchos más que después de mil intentos no llegaron a ninguna parte. No hay que abandonar después del primer intento fallido, pero tampoco hay que persistir eternamente en algo que no tiene posibilidades. Como en todas las cosas, la razón es la que debe guiarte e indicarte la justa medida de cada cosa.
Acepta los problemas de la vida
Muchas veces nos desesperamos por la cantidad de problemas que tenemos que afrontar diariamente: en el trabajo, en la casa, en cualquier otro lado. Parecería que fuéramos de problema en problema; no terminamos de salir de uno cuando ya aparece otro.
En esos momentos solemos decir: "¡Que feliz sería si no tuviera tantos problemas!" Sin embargo, este es un enfoque equivocado. Mientras vivamos, la vida nos presentará inevitablemente problemas para resolver, y el hecho de ser feliz no está relacionado con la existencia o no de problemas sino con la manera en que los enfrentas.
Piensa un poco en qué es una situación problemática. Se dice que tenemos un problema cuando algo no se produce de la manera que nos gustaría. No ganamos lo que nos gustaría, los hijos no se portan como nos gustaría, o simplemente el tránsito no avanza tan rápidamente cómo nos gustaría. ¿Sería posible que todo ocurriera de la manera en que a ti te viene bien? Obviamente que no, aunque más no fuera por la razón de que muchas veces lo que es el beneficio de uno es el perjuicio del otro.
Entonces vemos que los problemas son una parte ineludible de la vida. Si queremos vivir, tenemos que enfrentar problemas. Pero no debes verlo como un mal irremediable, sino como una oportunidad para superarte. Cada problema es una oportunidad para ejercer tu razonamiento, que es la manera de crecer.
Ejercer tu razonamiento con un problema no significa necesariamente tener que resolverlo. Tal vez lo que debas hacer es ignorarlo. Con cada problema que se te presenta, tienes las dos opciones: resolverlo o ignorarlo. Existen distintos tipos de problemas, y a menudo se presentan varios simultáneamente. Sería una cuestión sin sentido tratar de resolver todos sin que falte uno.
Cuando tenemos que enfrentar varios problemas al mismo tiempo, lo primero que tenemos que hacer es jerarquizar los mismos. Habrá algunos más importantes y otros que lo son menos. Tus recursos no son ilimitados y es probable que, al tratar de solucionar los menos importantes, comprometas la solución de los más urgentes. Entonces sería una decisión sabia ignorar aquellos problemas que en el momento no te son tan importantes.
Una vez establecida una jerarquía de problemas y determinado cuáles vamos a tratar de resolver y cuáles vamos a dejar para más adelante o para nunca, no nos queda otra alternativa que comenzar a tratar de resolverlos. Es en este momento cuando realmente está en juego la posibilidad de ser feliz; la diferencia entre ser feliz o no, radica en la actitud con que afrontas tus problemas.
Hay tres actitudes con las que puedes encarar la resolución de tus problemas: "Soy incapaz de solucionar nada", "Nada es demasiado difícil para mí" y "Algunas cosas podré resolver y otras no". La última opción es la única que te puede ayudar a tener más felicidad en tu vida.
En esos momentos solemos decir: "¡Que feliz sería si no tuviera tantos problemas!" Sin embargo, este es un enfoque equivocado. Mientras vivamos, la vida nos presentará inevitablemente problemas para resolver, y el hecho de ser feliz no está relacionado con la existencia o no de problemas sino con la manera en que los enfrentas.
Piensa un poco en qué es una situación problemática. Se dice que tenemos un problema cuando algo no se produce de la manera que nos gustaría. No ganamos lo que nos gustaría, los hijos no se portan como nos gustaría, o simplemente el tránsito no avanza tan rápidamente cómo nos gustaría. ¿Sería posible que todo ocurriera de la manera en que a ti te viene bien? Obviamente que no, aunque más no fuera por la razón de que muchas veces lo que es el beneficio de uno es el perjuicio del otro.
Entonces vemos que los problemas son una parte ineludible de la vida. Si queremos vivir, tenemos que enfrentar problemas. Pero no debes verlo como un mal irremediable, sino como una oportunidad para superarte. Cada problema es una oportunidad para ejercer tu razonamiento, que es la manera de crecer.
Ejercer tu razonamiento con un problema no significa necesariamente tener que resolverlo. Tal vez lo que debas hacer es ignorarlo. Con cada problema que se te presenta, tienes las dos opciones: resolverlo o ignorarlo. Existen distintos tipos de problemas, y a menudo se presentan varios simultáneamente. Sería una cuestión sin sentido tratar de resolver todos sin que falte uno.
Cuando tenemos que enfrentar varios problemas al mismo tiempo, lo primero que tenemos que hacer es jerarquizar los mismos. Habrá algunos más importantes y otros que lo son menos. Tus recursos no son ilimitados y es probable que, al tratar de solucionar los menos importantes, comprometas la solución de los más urgentes. Entonces sería una decisión sabia ignorar aquellos problemas que en el momento no te son tan importantes.
Una vez establecida una jerarquía de problemas y determinado cuáles vamos a tratar de resolver y cuáles vamos a dejar para más adelante o para nunca, no nos queda otra alternativa que comenzar a tratar de resolverlos. Es en este momento cuando realmente está en juego la posibilidad de ser feliz; la diferencia entre ser feliz o no, radica en la actitud con que afrontas tus problemas.
Hay tres actitudes con las que puedes encarar la resolución de tus problemas: "Soy incapaz de solucionar nada", "Nada es demasiado difícil para mí" y "Algunas cosas podré resolver y otras no". La última opción es la única que te puede ayudar a tener más felicidad en tu vida.
Acepta los problemas de la vida (II)
Toda persona, en el momento en que se dispone a llevar algo a cabo, tiene una idea sobre las probabilidades de poder hacerlo. Esto es lo que vulgarmente se llama "tenerse confianza." Escuchamos a menudo decir: "Pedro es un muchacho que se tiene mucha confianza", o "A Margarita todo le sale mal porque no se tiene confianza." Es evidente que la actitud con que encaremos la realización de algo, tiene mucho que ver con que ese algo se lleve a cabo. Sin embargo, una cierta dosis de realismo es necesaria para que a lo largo de nuestra vida no andemos dando tumbos intentando hacer cosas para las que no estamos preparados, o que dejemos muchas cosas sin hacer por pensar que nuestra capacidad es insuficiente.
Si supones que eres incapaz de resolver cualquier problema que se te presente, estarás constantemente dependiendo de alguna otra persona para poder vivir. Llevar una vida dependiente no es la manera de vivir feliz. Para poder serlo debes tratar de ser tan autónomo como te sea posible, dentro de los limites que implica seguir siendo un ser humano. Vivir encadenado a los otros para que te solucionen tus problemas, es condenarte a la infelicidad.
Si partes de la base de que no hay nada que esté más allá de tus posibilidades, también vas camino a la infelicidad, sencillamente porque esa afirmación no es cierta. No existe ningún ser humano todopoderoso, todos tenemos nuestras limitaciones. Si piensas que todo lo puedes, estás equivocado, y en algún momento la realidad se encargará de demostrártelo. Cuando ello ocurra, el golpe puede ser muy fuerte y ciertamente no serás una persona feliz.
Si tienes una apreciación realista de tus posibilidades y reconoces que algunas cosas podrás resolver y otras no, estás mucho mejor preparado para ser feliz. Es importante darse cuenta de que hay hechos que escapan a nuestra decisión y que, por más buena intención que pongamos, no lograremos cambiarlos. Esto no significa que dejes de hacer todo lo que puedas, si no para solucionar, al menos para tratar de mejorar en lo que se pueda la situación.
Siempre tenemos que ponderar hasta donde llegan nuestras posibilidades, y tratar de llegar hasta el límite de las mismas, pero no pretender ir más allá. Si eternamente estás tratando de hacer lo que no puedes, eternamente serás infeliz. Este es el resultado de tener una apreciación demasiado optimista de las propias capacidades. El que se aprecia por menos de lo que vale, deja pasar muchas oportunidades pensando que no está a su alcance aprovecharlas.
Para que los problemas no te impidan tener toda la felicidad que puedas en tu vida, debes tener fe en tu capacidad para resolverlos, pero no debes creerte omnipotente. Debes alegrarte por los que has podido resolver y no amargarte por aquellos que quedaron sin solución, descansando siempre en la tranquilidad que te da el saber que has hecho todo lo que has podido.
Si supones que eres incapaz de resolver cualquier problema que se te presente, estarás constantemente dependiendo de alguna otra persona para poder vivir. Llevar una vida dependiente no es la manera de vivir feliz. Para poder serlo debes tratar de ser tan autónomo como te sea posible, dentro de los limites que implica seguir siendo un ser humano. Vivir encadenado a los otros para que te solucionen tus problemas, es condenarte a la infelicidad.
Si partes de la base de que no hay nada que esté más allá de tus posibilidades, también vas camino a la infelicidad, sencillamente porque esa afirmación no es cierta. No existe ningún ser humano todopoderoso, todos tenemos nuestras limitaciones. Si piensas que todo lo puedes, estás equivocado, y en algún momento la realidad se encargará de demostrártelo. Cuando ello ocurra, el golpe puede ser muy fuerte y ciertamente no serás una persona feliz.
Si tienes una apreciación realista de tus posibilidades y reconoces que algunas cosas podrás resolver y otras no, estás mucho mejor preparado para ser feliz. Es importante darse cuenta de que hay hechos que escapan a nuestra decisión y que, por más buena intención que pongamos, no lograremos cambiarlos. Esto no significa que dejes de hacer todo lo que puedas, si no para solucionar, al menos para tratar de mejorar en lo que se pueda la situación.
Siempre tenemos que ponderar hasta donde llegan nuestras posibilidades, y tratar de llegar hasta el límite de las mismas, pero no pretender ir más allá. Si eternamente estás tratando de hacer lo que no puedes, eternamente serás infeliz. Este es el resultado de tener una apreciación demasiado optimista de las propias capacidades. El que se aprecia por menos de lo que vale, deja pasar muchas oportunidades pensando que no está a su alcance aprovecharlas.
Para que los problemas no te impidan tener toda la felicidad que puedas en tu vida, debes tener fe en tu capacidad para resolverlos, pero no debes creerte omnipotente. Debes alegrarte por los que has podido resolver y no amargarte por aquellos que quedaron sin solución, descansando siempre en la tranquilidad que te da el saber que has hecho todo lo que has podido.
Cambia tu manera de relacionarte
¿No sería maravilloso que todos los demás nos trataran amablemente? ¿Cuántas veces al tener que tratar con una persona, por cualquier motivo que sea, te sientes disgustado por la manera en que se dirige a ti? Esto puede cambiar si entiendes un principio muy sencillo: los demás te tratarán de la misma manera que tú los tratas a ellos. Pero no basta con entender este principio: además debes esforzarte por poner en práctica las consecuencias del mismo.
Ésta es la causa de la desilusión de mucha gente, que cree que con haber captado un principio de la superación personal ya es suficiente, y, cuando no ven los resultados que esperaban, enseguida abandonan todo pensando que es inútil. Además de haber entendido los principios, que generalmente son muy sencillos, hay que ponerlos en práctica, y éste es el esfuerzo del que hablaba: la persistencia en la práctica diaria de los principios aprendidos.
Con respecto al tema que nos ocupa ahora, contesta la siguiente pregunta: si tu manera de relacionarte con las personas es, a cada uno que encuentras, tirarle una piedra, ¿qué piensas que harán los demás contigo? Obviamente, devolverte la piedra que les has tirado y, tal vez, agregar otra por cuenta propia. En este caso verás un ejemplo de que lo das es lo que recibes.
Piensa un poco: ¿qué es lo que arrojas a las personas que se encuentran contigo? O dicho de otra manera: ¿qué es lo que se desprende de ti cuando haces contacto con un semejante? Si lo que sale de ti es una sensación de rechazo y de disgusto, esto es lo mismo que la otra persona experimentará con respecto a ti. Lo mismo que damos es lo que recibimos. Y acá no cuentan solamente las palabras que digas, sino muchas otras cosas.
Existe un lenguaje que no es verbal, sino corporal. La expresión de la cara es muy importante en este lenguaje, aunque hay otros medios de comunicación no verbal, como la postura del cuerpo. Puedes verbalizar la frase "Buenos días", pero lo que importa no son las palabras (o no solamente las palabras), sino la forma en que lo dices y tu expresión facial en ese momento. Lo que dices sin hablar puede contrarrestar completamente las palabras que pronuncias.
Muchas personas desconocen por completo este aspecto de la comunicación humana, fiándose por entero de las palabras que dicen, y después no entienden los resultados que se producen. ¿Cómo--se preguntan--si yo lo saludé amablemente, me contesta de esa manera? Es que lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se lo dice. La actitud revela más que las palabras, y la gente lo que percibe es la actitud y no las palabras.
Ésta es la causa de la desilusión de mucha gente, que cree que con haber captado un principio de la superación personal ya es suficiente, y, cuando no ven los resultados que esperaban, enseguida abandonan todo pensando que es inútil. Además de haber entendido los principios, que generalmente son muy sencillos, hay que ponerlos en práctica, y éste es el esfuerzo del que hablaba: la persistencia en la práctica diaria de los principios aprendidos.
Con respecto al tema que nos ocupa ahora, contesta la siguiente pregunta: si tu manera de relacionarte con las personas es, a cada uno que encuentras, tirarle una piedra, ¿qué piensas que harán los demás contigo? Obviamente, devolverte la piedra que les has tirado y, tal vez, agregar otra por cuenta propia. En este caso verás un ejemplo de que lo das es lo que recibes.
Piensa un poco: ¿qué es lo que arrojas a las personas que se encuentran contigo? O dicho de otra manera: ¿qué es lo que se desprende de ti cuando haces contacto con un semejante? Si lo que sale de ti es una sensación de rechazo y de disgusto, esto es lo mismo que la otra persona experimentará con respecto a ti. Lo mismo que damos es lo que recibimos. Y acá no cuentan solamente las palabras que digas, sino muchas otras cosas.
Existe un lenguaje que no es verbal, sino corporal. La expresión de la cara es muy importante en este lenguaje, aunque hay otros medios de comunicación no verbal, como la postura del cuerpo. Puedes verbalizar la frase "Buenos días", pero lo que importa no son las palabras (o no solamente las palabras), sino la forma en que lo dices y tu expresión facial en ese momento. Lo que dices sin hablar puede contrarrestar completamente las palabras que pronuncias.
Muchas personas desconocen por completo este aspecto de la comunicación humana, fiándose por entero de las palabras que dicen, y después no entienden los resultados que se producen. ¿Cómo--se preguntan--si yo lo saludé amablemente, me contesta de esa manera? Es que lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se lo dice. La actitud revela más que las palabras, y la gente lo que percibe es la actitud y no las palabras.
Asume tu responsabilidad
Existe un ejercicio muy instructivo que te puede ayudar a avanzar en la superación personal y que es indicado para las personas que recién se inician en el tema. La mejor oportunidad para realizarlo es cuando estás preocupado por algo que te está pasando. Cuando esto ocurra, trata de llevar a cabo los siguientes pasos.
A partir del hecho o situación que te está preocupando, comienza a recordar los acontecimientos que sucedieron con anterioridad. La cantidad y tipo de acontecimientos a los que debes pasar revista guardan relación con la que es tu preocupación actual. Si se trata de una situación puntual, pueden ser las circunstancias de la última semana o del último mes. Si se trata de algo que ya lleva ocurriendo cierto tiempo, puedes tener que remontarte varios meses o años hacia atrás.
Una vez que has completado el paso anterior, debes tratar de establecer lo que podemos llamar una relación de causalidad entre los hechos que has rescatado del pasado. Esto significa que debes tratar de ver qué hecho ha proporcionado la oportunidad para que se produzca tal otro.
Supongamos que la situación actual sea "estoy casada con José". El hecho que le dio origen a esta situación fue haberlo conocido. Si no lo hubieras conocido, no hubieras podido casarte con él. ¿Cómo lo conociste? La respuesta puede ser "en una fiesta en casa de unos amigos".
Otra situación puede ser "me hicieron una multa por conducir sin licencia". ¿Cómo pudo haber ocurrido este hecho? La respuesta puede ser "me había olvidado en casa la licencia". De lo que se trata es de establecer una cadena de sucesos, de manera que el anterior sea la condición necesaria para que se produzca el siguiente.
La reacción de las personas cuando realizan este tipo de ejercicio, se puede encuadrar en general en dos clases diferentes. Unas encuentran que todo lo que les pasa es el resultado de la acción de otras personas. En cambio, otros individuos hallan en sus propias acciones la causa de los hechos que les han acontecido.
Esta división es tan fundamental que los psicólogos la han reconocido y utilizado como base para identificar dos tipos de trastorno mental, que, en realidad, representan dos maneras de ver la vida. Una persona puede decir "no me hubiera casado con José si no se me hubiera ocurrido ir a esa fiesta". Otra persona puede argumentar que "si mis amigos no me hubieran invitado, no hubiera ido a la fiesta y no lo hubiera conocido".
A partir del hecho o situación que te está preocupando, comienza a recordar los acontecimientos que sucedieron con anterioridad. La cantidad y tipo de acontecimientos a los que debes pasar revista guardan relación con la que es tu preocupación actual. Si se trata de una situación puntual, pueden ser las circunstancias de la última semana o del último mes. Si se trata de algo que ya lleva ocurriendo cierto tiempo, puedes tener que remontarte varios meses o años hacia atrás.
Una vez que has completado el paso anterior, debes tratar de establecer lo que podemos llamar una relación de causalidad entre los hechos que has rescatado del pasado. Esto significa que debes tratar de ver qué hecho ha proporcionado la oportunidad para que se produzca tal otro.
Supongamos que la situación actual sea "estoy casada con José". El hecho que le dio origen a esta situación fue haberlo conocido. Si no lo hubieras conocido, no hubieras podido casarte con él. ¿Cómo lo conociste? La respuesta puede ser "en una fiesta en casa de unos amigos".
Otra situación puede ser "me hicieron una multa por conducir sin licencia". ¿Cómo pudo haber ocurrido este hecho? La respuesta puede ser "me había olvidado en casa la licencia". De lo que se trata es de establecer una cadena de sucesos, de manera que el anterior sea la condición necesaria para que se produzca el siguiente.
La reacción de las personas cuando realizan este tipo de ejercicio, se puede encuadrar en general en dos clases diferentes. Unas encuentran que todo lo que les pasa es el resultado de la acción de otras personas. En cambio, otros individuos hallan en sus propias acciones la causa de los hechos que les han acontecido.
Esta división es tan fundamental que los psicólogos la han reconocido y utilizado como base para identificar dos tipos de trastorno mental, que, en realidad, representan dos maneras de ver la vida. Una persona puede decir "no me hubiera casado con José si no se me hubiera ocurrido ir a esa fiesta". Otra persona puede argumentar que "si mis amigos no me hubieran invitado, no hubiera ido a la fiesta y no lo hubiera conocido".
Asume tu responsabilidad (II)
Entre las personas existen dos tendencias naturales que técnicamente se llaman "modalidades explicativas". Una modalidad explicativa es la forma en que una persona explica lo que le pasa. Hablando en forma completamente general, un hecho puede ser debido a la mano del hombre o no; si es debido a la mano del hombre, puede ser debido a este hombre o a aquel otro. Quiere decir que, desde el punto de vista de una persona, un hecho de su vida puede ser debido a la acción de la misma persona, a la acción de otra u otras personas, o a la acción de la Naturaleza.
Se podría pensar que, al preguntarle a alguien la causa de los hechos de su vida, estos tres tipos de causa aparecerían más o menos mezclados. Sin embargo, se comprueba que la mayoría de las personas tienden a atribuir la razón de lo que le ha sucedido, ya sea a sí mismas o ya sea a factores ajenos a ellas mismas.
La forma en que interpretas los acontecimientos de tu vida es de primordial importancia en tu posibilidad de superarte como persona. Si sistemáticamente tratas de colocar en otros la responsabilidad de lo que te ocurre, esta conducta nociva te impedirá progresar. Debes comenzar por asumir tu parte de responsabilidad en los sucesos de tu vida.
Todos tenemos (y utilizamos) cierto grado de libertad en lo que hacemos. Si unos amigos me invitan a una fiesta, lo que me están haciendo es una invitación, no una imposición. Yo tengo la libertad de aceptar o no la invitación, de concurrir o no a la fiesta. No puedo atribuirles a los amigos que me invitaron a su fiesta la responsabilidad de haber conocido a la persona con la que después me casaría.
Por ejemplo, alguien puede aducir: "no le caí simpática al oficial, por eso me hizo la multa", olvidándose de que si no hubiera dejado la licencia en su casa la relación de simpatía o antipatía con la policía hubiera sido por completo irrelevante.
Tampoco el extremo opuesto, esto es, atribuirse la responsabilidad de todo lo que te pasa, es saludable. Una persona con un buen grado de salud mental sabe reconocer aquellos hechos que escapan a su control. Por supuesto que, de algún modo u otro, siempre somos responsables de colocarnos en situación de que ocurra algo, pero todo tiene su límite.
Si, por el motivo que sea, decido ir a vivir a una región que cuenta entre sus características la de tener escasas lluvias, y de repente sobreviene un temporal como no hubo en cien años, y se me inunda la casa, no puedo echarme la culpa por haber elegido ir a vivir en ese lugar.
En la mayoría de los casos, somos responsables de las cosas que nos ocurren, porque, de alguna manera o de otra, hemos proporcionado la oportunidad para lo que ha ocurrido, pero también debemos saber liberarnos de la culpa por aquellos acontecimientos de los cuales no podíamos saber que iban a ocurrir.
Se podría pensar que, al preguntarle a alguien la causa de los hechos de su vida, estos tres tipos de causa aparecerían más o menos mezclados. Sin embargo, se comprueba que la mayoría de las personas tienden a atribuir la razón de lo que le ha sucedido, ya sea a sí mismas o ya sea a factores ajenos a ellas mismas.
La forma en que interpretas los acontecimientos de tu vida es de primordial importancia en tu posibilidad de superarte como persona. Si sistemáticamente tratas de colocar en otros la responsabilidad de lo que te ocurre, esta conducta nociva te impedirá progresar. Debes comenzar por asumir tu parte de responsabilidad en los sucesos de tu vida.
Todos tenemos (y utilizamos) cierto grado de libertad en lo que hacemos. Si unos amigos me invitan a una fiesta, lo que me están haciendo es una invitación, no una imposición. Yo tengo la libertad de aceptar o no la invitación, de concurrir o no a la fiesta. No puedo atribuirles a los amigos que me invitaron a su fiesta la responsabilidad de haber conocido a la persona con la que después me casaría.
Por ejemplo, alguien puede aducir: "no le caí simpática al oficial, por eso me hizo la multa", olvidándose de que si no hubiera dejado la licencia en su casa la relación de simpatía o antipatía con la policía hubiera sido por completo irrelevante.
Tampoco el extremo opuesto, esto es, atribuirse la responsabilidad de todo lo que te pasa, es saludable. Una persona con un buen grado de salud mental sabe reconocer aquellos hechos que escapan a su control. Por supuesto que, de algún modo u otro, siempre somos responsables de colocarnos en situación de que ocurra algo, pero todo tiene su límite.
Si, por el motivo que sea, decido ir a vivir a una región que cuenta entre sus características la de tener escasas lluvias, y de repente sobreviene un temporal como no hubo en cien años, y se me inunda la casa, no puedo echarme la culpa por haber elegido ir a vivir en ese lugar.
En la mayoría de los casos, somos responsables de las cosas que nos ocurren, porque, de alguna manera o de otra, hemos proporcionado la oportunidad para lo que ha ocurrido, pero también debemos saber liberarnos de la culpa por aquellos acontecimientos de los cuales no podíamos saber que iban a ocurrir.
Controla tus pensamientos
Existe un aspecto clave que separa al que puede tomar el control de su vida de aquel que no está en condiciones de hacerlo. Ese aspecto fundamental es el control que puedas tener sobre tus pensamientos, un tema al cual no se le da habitualmente mucha importancia. Tener el comando de lo que piensas es indispensable por varios motivos, pero dos de ellos son de especial importancia: estar en condiciones de elegir cuáles emociones quieres tener, lo que significa inteligencia emocional, y poder llevar adelante tu trabajo de un modo productivo que te permita alcanzar la superación personal.
La inteligencia emocional es la característica que te permite controlar las emociones. Consiste en tener las emociones que tú quieres tener y no tener aquellas que no quieres. Las emociones surgen de los pensamientos, aunque a veces tan rápidamente que no nos damos cuenta. Por ejemplo, el pensamiento de algo querido que has perdido es lo que te causa dolor emocional.
Una demostración bastante absurda te dará la comprobación de esto que digo. Supongamos que has roto relaciones con una persona que querías mucho; ahora, cada vez que piensas en esa persona, el corazón se te estruja de dolor. El problema es que no puedes dejar de pensar en ella. ¿Qué pasaría si, por efectos de un golpe en la cabeza u otra causa parecida, tuvieras una pérdida de la memoria? El resultado es que no sufrirías más, al menos por ese motivo. Esto te demuestra que es el pensamiento de esa persona lo que te da la oportunidad de manifestar tu dolor.
Si crees que no puedes dejar de pensar en alguien, estás equivocado. Puedes hacerlo si quieres; si no quieres, no lo harás aunque digas a todo el mundo que tu mayor anhelo es olvidar. Lo que pasa es que muchas veces no queremos olvidar, por varios motivos que sería largo considerar ahora. Uno de los mayores inconvenientes que afronta la persona que quiere seguir la senda de la superación personal, es el de ser sincera consigo misma. El cerebro humano, esa máquina maravillosa, nos brinda posibilidades asombrosas que no son percibidas por la mayoría de la gente.
Una de esas posibilidades es la de engañarnos a nosotros mismos, lo cual a primera vista parece imposible. Pero nuestra conciencia puede engañarse, podemos evitar ver lo que no queremos ver y pensar que todo es color de rosa. La persona que quiere superarse tiene que amar, antes que a nada, a la verdad, aunque ésta sea dolorosa. Nadie puede superarse si no se basa en la verdad: la mentira tiene patas cortas, nunca llega muy lejos.
Para poder, entonces, manejar tus emociones y no estar manejado por ellas, lo primero que tienes que hacer es aclarar qué es lo que quieres, qué pensamientos quieres tener y cuáles prefieres evitar. Luego, a través del control de tus pensamientos, podrás tener la anhelada tranquilidad espiritual y disfrutar de las emociones placenteras a las que tengas derecho.
Lo mismo se aplica para tener la posibilidad de realizar alguna tarea provechosa en tu vida. Cualquier objetivo de importancia que te fijes necesitará bastante tiempo para ser llevado a cabo y la única manera de llegar a buen fin es mediante la concentración en las metas que te has propuesto alcanzar. La capacidad de concentrarse en lo que se está haciendo, evitando que pensamientos inoportunos distraigan tu atención, es una de las claves para la realización de cualquier obra de valor.
La inteligencia emocional es la característica que te permite controlar las emociones. Consiste en tener las emociones que tú quieres tener y no tener aquellas que no quieres. Las emociones surgen de los pensamientos, aunque a veces tan rápidamente que no nos damos cuenta. Por ejemplo, el pensamiento de algo querido que has perdido es lo que te causa dolor emocional.
Una demostración bastante absurda te dará la comprobación de esto que digo. Supongamos que has roto relaciones con una persona que querías mucho; ahora, cada vez que piensas en esa persona, el corazón se te estruja de dolor. El problema es que no puedes dejar de pensar en ella. ¿Qué pasaría si, por efectos de un golpe en la cabeza u otra causa parecida, tuvieras una pérdida de la memoria? El resultado es que no sufrirías más, al menos por ese motivo. Esto te demuestra que es el pensamiento de esa persona lo que te da la oportunidad de manifestar tu dolor.
Si crees que no puedes dejar de pensar en alguien, estás equivocado. Puedes hacerlo si quieres; si no quieres, no lo harás aunque digas a todo el mundo que tu mayor anhelo es olvidar. Lo que pasa es que muchas veces no queremos olvidar, por varios motivos que sería largo considerar ahora. Uno de los mayores inconvenientes que afronta la persona que quiere seguir la senda de la superación personal, es el de ser sincera consigo misma. El cerebro humano, esa máquina maravillosa, nos brinda posibilidades asombrosas que no son percibidas por la mayoría de la gente.
Una de esas posibilidades es la de engañarnos a nosotros mismos, lo cual a primera vista parece imposible. Pero nuestra conciencia puede engañarse, podemos evitar ver lo que no queremos ver y pensar que todo es color de rosa. La persona que quiere superarse tiene que amar, antes que a nada, a la verdad, aunque ésta sea dolorosa. Nadie puede superarse si no se basa en la verdad: la mentira tiene patas cortas, nunca llega muy lejos.
Para poder, entonces, manejar tus emociones y no estar manejado por ellas, lo primero que tienes que hacer es aclarar qué es lo que quieres, qué pensamientos quieres tener y cuáles prefieres evitar. Luego, a través del control de tus pensamientos, podrás tener la anhelada tranquilidad espiritual y disfrutar de las emociones placenteras a las que tengas derecho.
Lo mismo se aplica para tener la posibilidad de realizar alguna tarea provechosa en tu vida. Cualquier objetivo de importancia que te fijes necesitará bastante tiempo para ser llevado a cabo y la única manera de llegar a buen fin es mediante la concentración en las metas que te has propuesto alcanzar. La capacidad de concentrarse en lo que se está haciendo, evitando que pensamientos inoportunos distraigan tu atención, es una de las claves para la realización de cualquier obra de valor.
Toma tus propias decisiones
Alguna vez te habrás encontrado en la siguiente situación: te invitaron a una reunión en una casa en la cual solamente habías estado antes una vez, y que además estaba ubicada en un barrio que no conocías muy bien. Cuando llegó el momento, partiste muy confiado en que no ibas a tener problemas en hallar la casa porque, después de todo, ¡ya habías estado allí!
Cuando llegaste al barrio, comenzaron las primeras dudas. Las cosas no eran exactamente como las recordabas y, además, algunos recuerdos resultaron estar más borrosos de lo que creías. ¿Era esta calle o aquella? ¿Había que doblar en la plaza o más allá?
Para complicar más la situación, si ibas acompañado, tus acompañantes comenzaron a emitir sus propias opiniones. Uno decía: "Yo creo que era por acá". El otro: "No, a mí me parece que era por allá". Como ninguno estaba muy seguro, decidieron preguntar a la primera persona que encontraran. Esto, sin embargo, no solucionó demasiado las cosas porque el consultado no se acordaba bien del nombre de las calles o de si la casa tenía rejas verdes o negras. Al final, felizmente, consiguieron encontrar la casa y llegar, si bien un poco tarde, a la reunión. Entonces fue que te prometiste: "Esto no me vuelve a ocurrir. La próxima vez que me ocurra algo parecido, averiguaré bien cómo llegar antes de salir."
Si cumpliste o no tu promesa, no nos interesa ahora. Lo que importa es darse cuenta de que la vida nos coloca muchas veces en situaciones similares, donde tenemos que llegar a un lugar que no sabemos exactamente donde queda, por caminos que tampoco conocemos bien. Lo que es más, esto ocurre con tanta frecuencia que se diría que es la característica misma de la vida colocarnos en tales situaciones.
Cuando dejamos atrás la infancia y la adolescencia, ya nuestros pasos dejan de estar bajo la dirección de nuestros padres y nos encontramos con que tenemos que decidir por nuestra cuenta hacia dónde los encaminamos. Es entonces que nos asaltan las primeras dudas, que no nos abandonarán por el resto de nuestra vida.
¿Cómo orientarnos en el camino de la vida? Muchas veces resulta difícil, pero sin embargo debemos hacerlo, debemos tomar una decisión: vamos hacia aquí o hacia allí. La esencia de la vida es el movimiento; si algo se mueve es porque tiene vida. La inmovilidad es sinónimo de muerte, por lo que no podemos quedarnos inmóviles: tenemos que movernos.
Cuando llegaste al barrio, comenzaron las primeras dudas. Las cosas no eran exactamente como las recordabas y, además, algunos recuerdos resultaron estar más borrosos de lo que creías. ¿Era esta calle o aquella? ¿Había que doblar en la plaza o más allá?
Para complicar más la situación, si ibas acompañado, tus acompañantes comenzaron a emitir sus propias opiniones. Uno decía: "Yo creo que era por acá". El otro: "No, a mí me parece que era por allá". Como ninguno estaba muy seguro, decidieron preguntar a la primera persona que encontraran. Esto, sin embargo, no solucionó demasiado las cosas porque el consultado no se acordaba bien del nombre de las calles o de si la casa tenía rejas verdes o negras. Al final, felizmente, consiguieron encontrar la casa y llegar, si bien un poco tarde, a la reunión. Entonces fue que te prometiste: "Esto no me vuelve a ocurrir. La próxima vez que me ocurra algo parecido, averiguaré bien cómo llegar antes de salir."
Si cumpliste o no tu promesa, no nos interesa ahora. Lo que importa es darse cuenta de que la vida nos coloca muchas veces en situaciones similares, donde tenemos que llegar a un lugar que no sabemos exactamente donde queda, por caminos que tampoco conocemos bien. Lo que es más, esto ocurre con tanta frecuencia que se diría que es la característica misma de la vida colocarnos en tales situaciones.
Cuando dejamos atrás la infancia y la adolescencia, ya nuestros pasos dejan de estar bajo la dirección de nuestros padres y nos encontramos con que tenemos que decidir por nuestra cuenta hacia dónde los encaminamos. Es entonces que nos asaltan las primeras dudas, que no nos abandonarán por el resto de nuestra vida.
¿Cómo orientarnos en el camino de la vida? Muchas veces resulta difícil, pero sin embargo debemos hacerlo, debemos tomar una decisión: vamos hacia aquí o hacia allí. La esencia de la vida es el movimiento; si algo se mueve es porque tiene vida. La inmovilidad es sinónimo de muerte, por lo que no podemos quedarnos inmóviles: tenemos que movernos.
Toma tus propias decisiones (II)
El problema es hacia dónde nos movemos. A menudo la información de que disponemos es muy precaria: vagos recuerdos, suposiciones, datos que no son muy confiables. Tenemos que evaluar cada elemento del que disponemos y determinar qué confianza le vamos a otorgar. Buscaremos la información que nos falta, ya sea preguntando a otras personas o investigando en los libros o revistas. Y al final, tendremos que tomar una decisión.
Esa decisión que tomes, marcará, en menor o mayor medida, el rumbo de tu vida. Puede ser una cosa de poca importancia, como el lugar donde pasarás tus vacaciones, o algo realmente significativo, como la elección de una carrera o de la persona con la que te vas casar. Lo que debes darte cuenta es de que, en gran medida, la orientación que tome tu vida dependerá de las decisiones que hagas.
Por supuesto que pueden ocurrir sucesos fuera de tu control que te obliguen a seguir un determinado rumbo, acontecimientos en la sociedad o en tu familia que te coloquen en una situación que tal vez no hubieras elegido. Pero aún en ese caso, siempre habrá algún aspecto en el cual puedas y tengas que ejercer tu decisión personal.
Si bien no puedes hacer de tu vida lo que quieras, porque hay factores condicionantes que están más allá de tu capacidad, lo cierto es que la vida misma te está pidiendo constantemente que tomes decisiones que afectarán tu futuro. Reconocerlo es el primer paso para tomar el control de tu vida, ya que si lo ignoras, lo que en realidad estás haciendo es dejar que los otros decidan por ti.
Debes ser consciente de que gran parte de lo que te ocurre cae dentro de tu capacidad de decisión. Si renuncias a tomar el control en aquellos casos en que sí puedes hacerlo, también estás tomando una decisión: la de dejar que algún otro se ocupe de lo que tú no quieres hacer, es decir, determinar que será de tu vida.
Decidir es una tarea angustiosa, ya que pocas veces se tiene la información necesaria o la seguridad de que lo que uno decida podrá llevarse a cabo. Por eso es que muchas personas escapan a esta responsabilidad, dejando que el azar u otras personas decidan por ellas. Están en su derecho al hacerlo, pero después no deben quejarse si las cosas no salieron como querían.
Por más doloroso que sea el tener que tomar una decisión, es conveniente que seas tú el que lo hagas si la misma afecta tu futuro. Existen técnicas que te pueden ayudar a que tu decisión sea mejor. Aprender esas técnicas es, en cierta manera, aprender a vivir, ya que la vida consiste en eso: en tomar decisiones. Recuerda siempre que si tú no tomas el control de tu vida, alguien lo hará por ti.
Esa decisión que tomes, marcará, en menor o mayor medida, el rumbo de tu vida. Puede ser una cosa de poca importancia, como el lugar donde pasarás tus vacaciones, o algo realmente significativo, como la elección de una carrera o de la persona con la que te vas casar. Lo que debes darte cuenta es de que, en gran medida, la orientación que tome tu vida dependerá de las decisiones que hagas.
Por supuesto que pueden ocurrir sucesos fuera de tu control que te obliguen a seguir un determinado rumbo, acontecimientos en la sociedad o en tu familia que te coloquen en una situación que tal vez no hubieras elegido. Pero aún en ese caso, siempre habrá algún aspecto en el cual puedas y tengas que ejercer tu decisión personal.
Si bien no puedes hacer de tu vida lo que quieras, porque hay factores condicionantes que están más allá de tu capacidad, lo cierto es que la vida misma te está pidiendo constantemente que tomes decisiones que afectarán tu futuro. Reconocerlo es el primer paso para tomar el control de tu vida, ya que si lo ignoras, lo que en realidad estás haciendo es dejar que los otros decidan por ti.
Debes ser consciente de que gran parte de lo que te ocurre cae dentro de tu capacidad de decisión. Si renuncias a tomar el control en aquellos casos en que sí puedes hacerlo, también estás tomando una decisión: la de dejar que algún otro se ocupe de lo que tú no quieres hacer, es decir, determinar que será de tu vida.
Decidir es una tarea angustiosa, ya que pocas veces se tiene la información necesaria o la seguridad de que lo que uno decida podrá llevarse a cabo. Por eso es que muchas personas escapan a esta responsabilidad, dejando que el azar u otras personas decidan por ellas. Están en su derecho al hacerlo, pero después no deben quejarse si las cosas no salieron como querían.
Por más doloroso que sea el tener que tomar una decisión, es conveniente que seas tú el que lo hagas si la misma afecta tu futuro. Existen técnicas que te pueden ayudar a que tu decisión sea mejor. Aprender esas técnicas es, en cierta manera, aprender a vivir, ya que la vida consiste en eso: en tomar decisiones. Recuerda siempre que si tú no tomas el control de tu vida, alguien lo hará por ti.
Persiste en la decisión de superarte
Cuando una persona se somete a una terapia de cualquier tipo, a veces lo hace con la esperanza de que el terapeuta le ayude a resolver problemas de relaciones personales, tales como que el marido no le presta suficiente atención o que los hijos se comportan de manera inadecuada. No suelen pensar estas personas que lo único que puede hacer una terapia es ayudarles a modificar su propia conducta, ya que ése es el único ámbito en que podemos influir: la manera en que nosotros mismos nos comportamos.
Todo cambio que desees introducir en la manera en que los demás se comportan, debe ser realizado de forma indirecta a través del cambio de tu propia conducta. Mientras no cambies la forma en que te conduces, te seguirán ocurriendo las mismas cosas que ahora. A veces cuesta entender esto, porque a nadie le gusta cambiar. Cada uno de nosotros tiene un patrón de conducta que ha adquirido a lo largo de la vida por una u otra razón, y esas razones son las que hay que analizar para ver si siguen siendo válidas o no.
Si se presenta la necesidad de cambiar ciertos comportamientos, ya sea por indicación profesional o por decisión propia, la tarea implica el estudio de las razones que llevaron en primer término a adoptar esos comportamientos. Cada conducta tiene un motivo que la provoca, y que en su momento fue válido. Si ese motivo continúa siendo válido, es porque a través de la conducta estás satisfaciendo una necesidad que sigue estando vigente, y no va a ser fácil cambiar en tanto no encuentres una manera alternativa de satisfacerla, o consigas eliminar dicha necesidad.
El cambio de conducta no es fácil porque, aunque errada, una conducta que se ha ejercitado durante mucho tiempo da una sensación de seguridad. Aquí interviene el miedo que todos tenemos a lo desconocido, a lo que no hemos probado antes, a lo que se sale de lo rutinario. Solamente una pequeña fracción de personas gusta de situaciones nuevas y de comportamientos innovadores; la mayoría preferimos lo viejo y conocido. El problema es que, a veces, eso viejo y conocido es justamente lo que está jugando en tu contra.
Para poder cambiar nuestra situación tenemos que cambiar nuestra conducta, dejar esas viejas formas de comportarnos que durante tanto tiempo nos han servido torcidamente y seguir el camino recto de la verdad y la sinceridad. Tienes que ser sincero contigo mismo para poder cambiar tu rumbo, y esta es una de las cosas que cuestan porque al ser sincero tienes que empezar por reconocer esos miedos que tanto tiempo has estado ocultando. El miedo es una de las grandes fuerzas motoras de la conducta, ya que a nadie le gusta tener miedo y hacemos todo lo posible por evitarlo, hasta llegar a engañarnos a nosotros mismos.
Tomar y mantener la decisión de adoptar una nueva conducta es una de las tareas más difíciles para el individuo, porque a ello se oponen todos los miedos que ha estado durante toda su vida tratando de mantener bajo control mediante la conducta que ha llevado hasta el momento. Será un proceso difícil que, sin embargo, debes llevar a cabo con coraje, con el convencimiento de que puedes caer pero también levantarte y seguir intentando para así conseguir avanzar en el camino de la superación personal.
Todo cambio que desees introducir en la manera en que los demás se comportan, debe ser realizado de forma indirecta a través del cambio de tu propia conducta. Mientras no cambies la forma en que te conduces, te seguirán ocurriendo las mismas cosas que ahora. A veces cuesta entender esto, porque a nadie le gusta cambiar. Cada uno de nosotros tiene un patrón de conducta que ha adquirido a lo largo de la vida por una u otra razón, y esas razones son las que hay que analizar para ver si siguen siendo válidas o no.
Si se presenta la necesidad de cambiar ciertos comportamientos, ya sea por indicación profesional o por decisión propia, la tarea implica el estudio de las razones que llevaron en primer término a adoptar esos comportamientos. Cada conducta tiene un motivo que la provoca, y que en su momento fue válido. Si ese motivo continúa siendo válido, es porque a través de la conducta estás satisfaciendo una necesidad que sigue estando vigente, y no va a ser fácil cambiar en tanto no encuentres una manera alternativa de satisfacerla, o consigas eliminar dicha necesidad.
El cambio de conducta no es fácil porque, aunque errada, una conducta que se ha ejercitado durante mucho tiempo da una sensación de seguridad. Aquí interviene el miedo que todos tenemos a lo desconocido, a lo que no hemos probado antes, a lo que se sale de lo rutinario. Solamente una pequeña fracción de personas gusta de situaciones nuevas y de comportamientos innovadores; la mayoría preferimos lo viejo y conocido. El problema es que, a veces, eso viejo y conocido es justamente lo que está jugando en tu contra.
Para poder cambiar nuestra situación tenemos que cambiar nuestra conducta, dejar esas viejas formas de comportarnos que durante tanto tiempo nos han servido torcidamente y seguir el camino recto de la verdad y la sinceridad. Tienes que ser sincero contigo mismo para poder cambiar tu rumbo, y esta es una de las cosas que cuestan porque al ser sincero tienes que empezar por reconocer esos miedos que tanto tiempo has estado ocultando. El miedo es una de las grandes fuerzas motoras de la conducta, ya que a nadie le gusta tener miedo y hacemos todo lo posible por evitarlo, hasta llegar a engañarnos a nosotros mismos.
Tomar y mantener la decisión de adoptar una nueva conducta es una de las tareas más difíciles para el individuo, porque a ello se oponen todos los miedos que ha estado durante toda su vida tratando de mantener bajo control mediante la conducta que ha llevado hasta el momento. Será un proceso difícil que, sin embargo, debes llevar a cabo con coraje, con el convencimiento de que puedes caer pero también levantarte y seguir intentando para así conseguir avanzar en el camino de la superación personal.
Respeta tus propias necesidades
¿Cuántas veces has escuchado decir: "Sigamos las reglas. Es mejor no arriesgarse."? Lamentablemente, la vida no es tan fácil como para que una regla o un conjunto de reglas te pueda asegurar que todo irá bien en tu vida y que nunca tendrás que lamentarte de algo que hiciste. Puedes equivocarte tanto siguiendo las reglas como dejando de hacerlo. ¿Qué quiere decir seguir las reglas? Significa hacer lo que los demás esperan que hagas. Los demás pueden ser tus padres, tus amigos, tus maestros, cualquier persona que tenga algo que opinar sobre lo que haces o dejas de hacer.
Existen personas que se limitan a vivir según lo que la sociedad espera de ellas; existen otras que solamente obedecen a su voluntad y no les interesa lo que puedan pensar los otros. Entre ambos extremos se encuentra la posición más adecuada para la mayoría de nosotros. Si queremos crear más felicidad en nuestra vida, tenemos que tener en cuenta nuestros propios deseos y necesidades, no solamente los de los demás.
El hombre es un animal gregario, no está destinado a vivir en soledad. Cuando eras aún un bebé, no tenías conciencia de la separación entre tú y el resto del mundo. Luego, poco a poco, comenzaste a darte cuenta de que tu madre no formaba parte de ti y que no podías lograr siempre que hiciera lo que tú querías. En ese momento fue cuando comenzó la oposición entre tu individualidad y la sociedad, representada por tu madre o quien sea que se ocupara de ti.
Existen personas que son felices sin necesidad de decidir por su cuenta, haciendo en todo momento lo que los otros les dicen que hagan. Llegado el momento de elegir una carrera o un oficio, muchos son los que, por falta de una vocación definida, terminan eligiendo lo que los otros les dicen que es lo más conveniente. Lo mismo ocurre a la hora de elegir pareja y en otros momentos menos trascendentes de la vida. Si esto para ti ha funcionado bien, es decir, te ha conducido a una vida todo lo feliz que es razonable esperar, no hay razón para que cambies la manera en que te has venido manejando.
Si, en cambio, opinas que la vida no te ha dado toda la felicidad de la que serías merecedor, sería conveniente que revises las decisiones que has tomado y en qué medida lo que los otros esperaban de ti ha influido en el rumbo que has tomado. Muchas veces la buena voluntad de los que nos aconsejan no es suficiente para lograr nuestra felicidad. Una exploración profunda de tus verdaderas necesidades puede ser indispensable para saber cuál es el camino que te conviene seguir.
La libertad de poder elegir tiene el precio de que podemos equivocarnos, pero esto no debe impedirnos decidir por nuestra cuenta habiendo hecho primero un cuidadoso estudio de todos los factores involucrados. No debes temer a equivocarte y no debes sentirte culpable si luego resulta que no elegiste la mejor opción, suponiendo siempre que lo hayas hecho a conciencia y después de haber pensado suficientemente lo que ibas a hacer.
Existen personas que se limitan a vivir según lo que la sociedad espera de ellas; existen otras que solamente obedecen a su voluntad y no les interesa lo que puedan pensar los otros. Entre ambos extremos se encuentra la posición más adecuada para la mayoría de nosotros. Si queremos crear más felicidad en nuestra vida, tenemos que tener en cuenta nuestros propios deseos y necesidades, no solamente los de los demás.
El hombre es un animal gregario, no está destinado a vivir en soledad. Cuando eras aún un bebé, no tenías conciencia de la separación entre tú y el resto del mundo. Luego, poco a poco, comenzaste a darte cuenta de que tu madre no formaba parte de ti y que no podías lograr siempre que hiciera lo que tú querías. En ese momento fue cuando comenzó la oposición entre tu individualidad y la sociedad, representada por tu madre o quien sea que se ocupara de ti.
Existen personas que son felices sin necesidad de decidir por su cuenta, haciendo en todo momento lo que los otros les dicen que hagan. Llegado el momento de elegir una carrera o un oficio, muchos son los que, por falta de una vocación definida, terminan eligiendo lo que los otros les dicen que es lo más conveniente. Lo mismo ocurre a la hora de elegir pareja y en otros momentos menos trascendentes de la vida. Si esto para ti ha funcionado bien, es decir, te ha conducido a una vida todo lo feliz que es razonable esperar, no hay razón para que cambies la manera en que te has venido manejando.
Si, en cambio, opinas que la vida no te ha dado toda la felicidad de la que serías merecedor, sería conveniente que revises las decisiones que has tomado y en qué medida lo que los otros esperaban de ti ha influido en el rumbo que has tomado. Muchas veces la buena voluntad de los que nos aconsejan no es suficiente para lograr nuestra felicidad. Una exploración profunda de tus verdaderas necesidades puede ser indispensable para saber cuál es el camino que te conviene seguir.
La libertad de poder elegir tiene el precio de que podemos equivocarnos, pero esto no debe impedirnos decidir por nuestra cuenta habiendo hecho primero un cuidadoso estudio de todos los factores involucrados. No debes temer a equivocarte y no debes sentirte culpable si luego resulta que no elegiste la mejor opción, suponiendo siempre que lo hayas hecho a conciencia y después de haber pensado suficientemente lo que ibas a hacer.
viernes, 13 de mayo de 2016
Evita las postergaciones
Cuando te encuentres en la situación de tener que afrontar un cambio en tu vida, surgirá inevitablemente el temor a dejar atrás lo conocido y tener que internarte en un terreno nuevo, donde las experiencias anteriores ya no tienen validez y tendrás que encontrar nuevas formas de respuesta para reemplazar a las viejas a las que estabas acostumbrado. En esos momentos, todos experimentamos la tentación de dejar las cosas como están y así evitar por completo los peligros y las complicaciones de lo desconocido.
Los pretextos que elegimos para no tener que enfrentarnos a nuevas situaciones, pueden variar mucho según nuestras circunstancias personales, pero lo que tienen de común es el efecto de convencernos de que es mejor dejar que todo siga como está y abandonar nuestras ideas extravagantes de cambiar las cosas. Según cuál sea la situación en que ahora te encuentras: si eres joven o viejo, soltero o casado, con hijos o sin ellos, estudiante o no, puedes fácilmente encontrar razones por las cuales no deberías apartarte del camino que llevaste hasta este momento.
El tema de la edad se presta fácilmente para dilatar la acción. Puedes argüir que eres demasiado joven o, por el contrario, que ya eres muy viejo para hacer tal o cual cosa. También hay cosas que los casados no deberían hacer o que no son convenientes para los solteros, para la gente que tiene hijos o la que no los tiene, y así siguiendo. Con un poco de ingenio siempre puedes encontrar un motivo para dejar de hacer algo que te llevaría fuera del terreno seguro de lo ya conocido y experimentado.
Una manera hábil de no hacer algo y al mismo tiempo quedar bien con uno mismo, es simplemente posponerlo, dejarlo para más adelante. Es fácil convencerse de que, en realidad, no es que tengas miedo de hacer algo, sino de que lo estás postergando en espera de una mejor ocasión. Cuando eres un estudiante, puedes decir que para hacer ciertas cosas es mejor esperar a que termines tus estudios. Si ya estás trabajando, puedes esperar a que llegue el momento de la jubilación. Si estás soltero, tal vez sea mejor hacerlo cuando te cases, y si ya estás casado, cuando lleguen los hijos. Tener hijos pequeños es un buen motivo para esperar a que crezcan; siempre es posible encontrar algo que nos indique que sería más conveniente dejar para más adelante aquel cambio que habíamos pensado.
De una manera u otra, ya sea que descartes totalmente cualquier cambio o que dejes de hacerlo hasta que aparezca una mejor oportunidad, deberías evaluar detalladamente si lo que estás eligiendo hacer es realmente dictado por la voz de la razón o lo es, en cambio, por la voz del miedo. Si has pensado profundamente en lo que vas a hacer y todos tus razonamientos te encaminan a pensar que no es el momento adecuado para hacer algo, no tiene nada de malo que lo dejes hasta que cambien las circunstancias.
Si lo que te está frenando es el temor a lo que no conoces, tienes que pensar que esta es una reacción natural y que le ocurre a todo el mundo. El miedo no es un motivo válido para dejar de actuar cuando se han analizado cuidadosamente todas las posibles consecuencias de lo que piensas hacer.
Los pretextos que elegimos para no tener que enfrentarnos a nuevas situaciones, pueden variar mucho según nuestras circunstancias personales, pero lo que tienen de común es el efecto de convencernos de que es mejor dejar que todo siga como está y abandonar nuestras ideas extravagantes de cambiar las cosas. Según cuál sea la situación en que ahora te encuentras: si eres joven o viejo, soltero o casado, con hijos o sin ellos, estudiante o no, puedes fácilmente encontrar razones por las cuales no deberías apartarte del camino que llevaste hasta este momento.
El tema de la edad se presta fácilmente para dilatar la acción. Puedes argüir que eres demasiado joven o, por el contrario, que ya eres muy viejo para hacer tal o cual cosa. También hay cosas que los casados no deberían hacer o que no son convenientes para los solteros, para la gente que tiene hijos o la que no los tiene, y así siguiendo. Con un poco de ingenio siempre puedes encontrar un motivo para dejar de hacer algo que te llevaría fuera del terreno seguro de lo ya conocido y experimentado.
Una manera hábil de no hacer algo y al mismo tiempo quedar bien con uno mismo, es simplemente posponerlo, dejarlo para más adelante. Es fácil convencerse de que, en realidad, no es que tengas miedo de hacer algo, sino de que lo estás postergando en espera de una mejor ocasión. Cuando eres un estudiante, puedes decir que para hacer ciertas cosas es mejor esperar a que termines tus estudios. Si ya estás trabajando, puedes esperar a que llegue el momento de la jubilación. Si estás soltero, tal vez sea mejor hacerlo cuando te cases, y si ya estás casado, cuando lleguen los hijos. Tener hijos pequeños es un buen motivo para esperar a que crezcan; siempre es posible encontrar algo que nos indique que sería más conveniente dejar para más adelante aquel cambio que habíamos pensado.
De una manera u otra, ya sea que descartes totalmente cualquier cambio o que dejes de hacerlo hasta que aparezca una mejor oportunidad, deberías evaluar detalladamente si lo que estás eligiendo hacer es realmente dictado por la voz de la razón o lo es, en cambio, por la voz del miedo. Si has pensado profundamente en lo que vas a hacer y todos tus razonamientos te encaminan a pensar que no es el momento adecuado para hacer algo, no tiene nada de malo que lo dejes hasta que cambien las circunstancias.
Si lo que te está frenando es el temor a lo que no conoces, tienes que pensar que esta es una reacción natural y que le ocurre a todo el mundo. El miedo no es un motivo válido para dejar de actuar cuando se han analizado cuidadosamente todas las posibles consecuencias de lo que piensas hacer.
Qué son los habitos
Todo cambio de vida significa cambiar unos hábitos por otros. Se ha dicho y repetido que el hombre es un animal de costumbres, por lo que no está de más estudiar un poco en qué consiste esto del hábito. Cuando recién llegamos a la vida y tenemos todavía todo por delante, no tenemos hábitos con los que contar o que nos estorben para algo. Los hábitos se van desarrollando a medida que vivimos, ya que un hábito es simplemente una forma predeterminada de actuar en una cierta situación.
Los hábitos tienden, simplemente, a ahorrarnos el trabajo de pensar. En nuestra vida diaria hay todos los días situaciones en que tenemos que realizar actividades que ya las hemos realizado infinidad de veces, que van desde ponernos o sacarnos la ropa, a actividades más complejas como conducir un automóvil. No sería posible que tuviéramos que pensar cómo realizar cada una de estas actividades, por la sencilla razón de que no nos alcanzaría el día para hacer todo lo que tenemos que hacer. Entonces estas actividades "habituales" las realizamos automáticamente sin pensar. Lo mismo ocurre con conjuntos de actividades, como pueden ser las necesarias para sacarme de la cama donde estuve durmiendo y ponerme en la oficina donde tengo que trabajar.
Cuando vas recorriendo el camino de la vida, vas experimentando situaciones viejas y nuevas. Una situación vieja es una en la ya que has estado antes; una nueva, aquella en la que nunca te has encontrado. Ante cada situación es lógico que te preguntes cómo vas a reaccionar, dado que el hombre no tiene, como los animales, el instinto que le indica qué hacer en cada momento. Resulta agotador, ante cada situación, tener que estar pensando qué se va a hacer. Entonces tendemos a repetir aquellas conductas que, en ocasiones anteriores, nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos han permitido salir no tan mal del paso. De esta manera se va constituyendo un hábito.
Una de las decisiones que tiene que tomar el hombre más a menudo es con respecto al uso de su tiempo, en lo que puede disponer de él. Tomemos el caso del tiempo libre, aquel en que no tienes obligatoriamente que dedicarte a ganarte la vida o cumplir otras tareas que te imponga tu etapa de vida como puede ser el estudio. Llega un fin de semana y tienes que decidir qué hacer en él. Cuando no estás en un momento en que el desarrollo te brinde nuevas posibilidades, las que tienes son bastantes conocidas. Al cabo de varias pruebas, te decides por una de ellas y ésa es la eliges de ahí en más como tu actividad de fin de semana.
Los hábitos son generalmente influidos por las tendencias, es decir, por las características de nuestra personalidad que ya traemos al nacer. Mientras que una persona puede tener el hábito de sentarse a leer, otra puede tenerlo de salir a bailar. Cuando de cambiar hábitos se trata, hay que distinguir bien qué es lo que puedes cambiar y qué es lo que representa una tendencia profunda de tu personalidad. No debes ir en contra de tu personalidad por que el fracaso es casi seguro. Debes, en cambio, intentar conocer lo más que puedas de tu personalidad y sacar el mejor partido posible de ella.
Los hábitos tienden, simplemente, a ahorrarnos el trabajo de pensar. En nuestra vida diaria hay todos los días situaciones en que tenemos que realizar actividades que ya las hemos realizado infinidad de veces, que van desde ponernos o sacarnos la ropa, a actividades más complejas como conducir un automóvil. No sería posible que tuviéramos que pensar cómo realizar cada una de estas actividades, por la sencilla razón de que no nos alcanzaría el día para hacer todo lo que tenemos que hacer. Entonces estas actividades "habituales" las realizamos automáticamente sin pensar. Lo mismo ocurre con conjuntos de actividades, como pueden ser las necesarias para sacarme de la cama donde estuve durmiendo y ponerme en la oficina donde tengo que trabajar.
Cuando vas recorriendo el camino de la vida, vas experimentando situaciones viejas y nuevas. Una situación vieja es una en la ya que has estado antes; una nueva, aquella en la que nunca te has encontrado. Ante cada situación es lógico que te preguntes cómo vas a reaccionar, dado que el hombre no tiene, como los animales, el instinto que le indica qué hacer en cada momento. Resulta agotador, ante cada situación, tener que estar pensando qué se va a hacer. Entonces tendemos a repetir aquellas conductas que, en ocasiones anteriores, nos han dado buenos resultados o, por lo menos, nos han permitido salir no tan mal del paso. De esta manera se va constituyendo un hábito.
Una de las decisiones que tiene que tomar el hombre más a menudo es con respecto al uso de su tiempo, en lo que puede disponer de él. Tomemos el caso del tiempo libre, aquel en que no tienes obligatoriamente que dedicarte a ganarte la vida o cumplir otras tareas que te imponga tu etapa de vida como puede ser el estudio. Llega un fin de semana y tienes que decidir qué hacer en él. Cuando no estás en un momento en que el desarrollo te brinde nuevas posibilidades, las que tienes son bastantes conocidas. Al cabo de varias pruebas, te decides por una de ellas y ésa es la eliges de ahí en más como tu actividad de fin de semana.
Los hábitos son generalmente influidos por las tendencias, es decir, por las características de nuestra personalidad que ya traemos al nacer. Mientras que una persona puede tener el hábito de sentarse a leer, otra puede tenerlo de salir a bailar. Cuando de cambiar hábitos se trata, hay que distinguir bien qué es lo que puedes cambiar y qué es lo que representa una tendencia profunda de tu personalidad. No debes ir en contra de tu personalidad por que el fracaso es casi seguro. Debes, en cambio, intentar conocer lo más que puedas de tu personalidad y sacar el mejor partido posible de ella.
Elimina los hábitos nocivos
Los hábitos de los que hay que tratar de librarse son aquellos que podemos llamar malos hábitos porque nos perjudican en nuestra posibilidad de ser más felices. Por ejemplo, ante una situación que te afecta negativamente, por ejemplo salir mal en un examen o una prueba para un trabajo, tu reacción puede ser lamentarte y quejarte de que el que te tomó la prueba no fue justo en su evaluación. Si miras hacia atrás, puedes comprobar que siempre que te ocurrió algo parecido, reaccionaste de la misma manera, con lamentaciones y quejas.
Se pone así en evidencia la existencia de un hábito o, en términos más técnicos, un patrón de conducta, que quiere decir lo mismo; cada vez que ocurre la situación A, reaccionas de la forma B, que puede ser buena o mala dependiendo de adónde quieras llegar. Si lo que quieres es seguir como estás, las lamentaciones y las quejas son una buena respuesta. Si lo que quieres es mejorar, no lo son.
Si tu intención es cambiar para mejor, ante una situación como la que he descrito, una buena respuesta es tratar de ver qué es lo que hiciste que pudo haber influido en el resultado adverso de la prueba o examen. Entonces puedes plantearte la conveniencia de cambiar el hábito de quejarte por el hábito de analizar las razones de tu fracaso, lo que seguramente aumentará tu posibilidad de ser feliz dado que en el próximo examen tendrás mas posibilidades de salir bien.
No siempre resulta fácil cambiar de hábitos, pero a veces no queda más remedio. Los hábitos son conductas arraigadas profundamente a fuerza de años de estar practicándolas, pero en el caso de los malos hábitos existe un límite en el perjuicio que te puedes hacer a ti mismo. Llega un momento en que la realidad se impone y hasta tu mismo cuerpo, a través de las enfermedades psicosomáticas, te indica que no puedes seguir comportándote de la misma manera.
Si repetidamente experimentas dolores de cabeza, dolores de espalda, úlceras, hipertensión, urticaria, erupciones o calambres, y los médicos no encuentran una causa para tus padecimientos, debes preguntarte qué es lo que estás haciendo para que tu cuerpo te reclame a través de esos medios. En ocasiones estas dolencias se curan simplemente a través de un cambio de hábitos de la persona que las sufre.
Actitudes tales como vivir recordando un pasado que no puede volver o esperando un acontecimiento que nunca llegará, lamentarse por cosas que hemos hecho y que no tienen ya remedio, desear cosas sin hacer nada por conseguirlas, son malos hábitos que pueden ser reemplazados por conductas más positivas. El trabajo de hacerlo nunca será fácil dado que hay que luchar contra costumbres de muchos años, pero ciertamente los resultados harán que valga la pena intentarlo.
Se pone así en evidencia la existencia de un hábito o, en términos más técnicos, un patrón de conducta, que quiere decir lo mismo; cada vez que ocurre la situación A, reaccionas de la forma B, que puede ser buena o mala dependiendo de adónde quieras llegar. Si lo que quieres es seguir como estás, las lamentaciones y las quejas son una buena respuesta. Si lo que quieres es mejorar, no lo son.
Si tu intención es cambiar para mejor, ante una situación como la que he descrito, una buena respuesta es tratar de ver qué es lo que hiciste que pudo haber influido en el resultado adverso de la prueba o examen. Entonces puedes plantearte la conveniencia de cambiar el hábito de quejarte por el hábito de analizar las razones de tu fracaso, lo que seguramente aumentará tu posibilidad de ser feliz dado que en el próximo examen tendrás mas posibilidades de salir bien.
No siempre resulta fácil cambiar de hábitos, pero a veces no queda más remedio. Los hábitos son conductas arraigadas profundamente a fuerza de años de estar practicándolas, pero en el caso de los malos hábitos existe un límite en el perjuicio que te puedes hacer a ti mismo. Llega un momento en que la realidad se impone y hasta tu mismo cuerpo, a través de las enfermedades psicosomáticas, te indica que no puedes seguir comportándote de la misma manera.
Si repetidamente experimentas dolores de cabeza, dolores de espalda, úlceras, hipertensión, urticaria, erupciones o calambres, y los médicos no encuentran una causa para tus padecimientos, debes preguntarte qué es lo que estás haciendo para que tu cuerpo te reclame a través de esos medios. En ocasiones estas dolencias se curan simplemente a través de un cambio de hábitos de la persona que las sufre.
Actitudes tales como vivir recordando un pasado que no puede volver o esperando un acontecimiento que nunca llegará, lamentarse por cosas que hemos hecho y que no tienen ya remedio, desear cosas sin hacer nada por conseguirlas, son malos hábitos que pueden ser reemplazados por conductas más positivas. El trabajo de hacerlo nunca será fácil dado que hay que luchar contra costumbres de muchos años, pero ciertamente los resultados harán que valga la pena intentarlo.
Vive en el presente
Es común encontrar personas que viven angustiadas por lo que les puede deparar el futuro. Otras personas parece que vivieran en el pasado: solamente se dedican a rememorar acontecimientos que ya ocurrieron. Ambos tipos de personas tienen en común que evitan o no se dan la posibilidad de vivir en el presente.
Vivir en el presente significa que debo prestar atención a lo que está ocurriendo aquí y ahora. Prestar atención es la condición para la acción, para obrar. Difícilmente puedas emprender una acción con respecto a algo si primero no te das cuenta de que ese algo existe. Por ejemplo, si está lloviendo y tú no te das cuenta, no se te va a ocurrir llevar un paraguas cuando salgas.
Poder obrar conforme a las circunstancias es la clave para tener una oportunidad de que las cosas te vayan bien, porque de lo contrario estás a disposición de lo que la suerte depare para ti. Si vives en el presente, puedes actuar sobre el mismo y así tener la oportunidad de que te vaya mejor.
La persona que vive angustiada por lo que le pueda deparar el futuro disminuye su capacidad para ocuparse del presente y, a cambio de eso, no consigue mejorar su situación. Ello es así porque el futuro es en gran medida imprevisible. Puedes prever el futuro pero solamente hasta un cierto punto. Tus mejores previsiones pueden quedar inutilizadas por acontecimientos que están fuera de tu control.
Una vez que has previsto lo que puedes prever y has tomado las medidas que puedes tomar, ya no tiene sentido seguir preocupándote por lo que pueda pasar. Si ya has hecho todo lo posible, dedica tu atención a otras cosas. Cuando la ocasión así lo indique, ya sea porque ha pasado un determinado período o porque cambios en las circunstancias lo hagan conveniente, puedes volver a considerar el asunto y ver si debes cambiar alguna de tus previsiones.
Otras personas se rehúsan a vivir en el presente porque consideran que fue mejor el pasado. Mientras que la consideración de lo que es mejor o peor es algo mayormente subjetivo, lo cierto es que el pasado ya pasó y no hay manera de hacer que vuelva a ocurrir. Si te obstinas en rechazar el presente con todos los inconvenientes que pueda tener, te privas de aprovechar las cosas buenas que contenga. Nada es completamente bueno o malo del todo, y siempre se puede encontrar algo bueno de que disfrutar. La energía empleada en defender el pasado y aborrecer el presente, la podrías emplear en buscar lo positivo que puedas encontrar en tu circunstancia actual y te evitarías una situación conflictiva que solamente puede contribuir a provocar tu infelicidad.
Aún otro grupo de personas parece que constantemente está esperando que ocurra algo para entonces tener la oportunidad de ser feliz. Estas personas tampoco viven en el presente porque siempre están esperando que algo ocurra. Podríamos compararlas con aquel que juega a la lotería y siempre está haciendo planes para cuando gane el gran premio. Cuando esa circunstancia se dé, entonces podrá llevar a cabo las grandes cosas que tiene planeadas. Mientras tanto, la vida va pasando y se pierde la oportunidad de hacer las pequeñas cosas que están a su alcance ahora.
En conclusión, el presente es lo único de que disponemos. El pasado ya pasó y el futuro está por venir. Hay que prestar atención al presente para ver qué es lo que tenemos que hacer ahora y para aprovechar lo que podamos disfrutar ahora.
Vivir en el presente significa que debo prestar atención a lo que está ocurriendo aquí y ahora. Prestar atención es la condición para la acción, para obrar. Difícilmente puedas emprender una acción con respecto a algo si primero no te das cuenta de que ese algo existe. Por ejemplo, si está lloviendo y tú no te das cuenta, no se te va a ocurrir llevar un paraguas cuando salgas.
Poder obrar conforme a las circunstancias es la clave para tener una oportunidad de que las cosas te vayan bien, porque de lo contrario estás a disposición de lo que la suerte depare para ti. Si vives en el presente, puedes actuar sobre el mismo y así tener la oportunidad de que te vaya mejor.
La persona que vive angustiada por lo que le pueda deparar el futuro disminuye su capacidad para ocuparse del presente y, a cambio de eso, no consigue mejorar su situación. Ello es así porque el futuro es en gran medida imprevisible. Puedes prever el futuro pero solamente hasta un cierto punto. Tus mejores previsiones pueden quedar inutilizadas por acontecimientos que están fuera de tu control.
Una vez que has previsto lo que puedes prever y has tomado las medidas que puedes tomar, ya no tiene sentido seguir preocupándote por lo que pueda pasar. Si ya has hecho todo lo posible, dedica tu atención a otras cosas. Cuando la ocasión así lo indique, ya sea porque ha pasado un determinado período o porque cambios en las circunstancias lo hagan conveniente, puedes volver a considerar el asunto y ver si debes cambiar alguna de tus previsiones.
Otras personas se rehúsan a vivir en el presente porque consideran que fue mejor el pasado. Mientras que la consideración de lo que es mejor o peor es algo mayormente subjetivo, lo cierto es que el pasado ya pasó y no hay manera de hacer que vuelva a ocurrir. Si te obstinas en rechazar el presente con todos los inconvenientes que pueda tener, te privas de aprovechar las cosas buenas que contenga. Nada es completamente bueno o malo del todo, y siempre se puede encontrar algo bueno de que disfrutar. La energía empleada en defender el pasado y aborrecer el presente, la podrías emplear en buscar lo positivo que puedas encontrar en tu circunstancia actual y te evitarías una situación conflictiva que solamente puede contribuir a provocar tu infelicidad.
Aún otro grupo de personas parece que constantemente está esperando que ocurra algo para entonces tener la oportunidad de ser feliz. Estas personas tampoco viven en el presente porque siempre están esperando que algo ocurra. Podríamos compararlas con aquel que juega a la lotería y siempre está haciendo planes para cuando gane el gran premio. Cuando esa circunstancia se dé, entonces podrá llevar a cabo las grandes cosas que tiene planeadas. Mientras tanto, la vida va pasando y se pierde la oportunidad de hacer las pequeñas cosas que están a su alcance ahora.
En conclusión, el presente es lo único de que disponemos. El pasado ya pasó y el futuro está por venir. Hay que prestar atención al presente para ver qué es lo que tenemos que hacer ahora y para aprovechar lo que podamos disfrutar ahora.
Establece tus propias reglas
El ser humano actúa, en general, en base a ciertas reglas; no lo hace normalmente en forma al azar. Esto es lo que determina la existencia de una conducta esperada. Cuando decimos que alguien se comportó en forma inesperada, es porque esperábamos una determinada conducta y esa conducta no se produjo. El hecho de que podamos esperar una conducta indica que existen reglas que rigen la conducta de la persona.
En los animales, las reglas de conducta son dictadas totalmente por los instintos. En los hombres, las reglas de conducta son originadas parcialmente en los instintos, pero principalmente en la sociedad. Cuando un animal tiene que cortejar a otro, lleva a cabo invariablemente lo que se conoce como el ritual del apareo. En la especie humana, el cortejo puede diferir mucho de una sociedad a otra. Por ejemplo, en la gran mayoría de las culturas actuales son los hombres los que cortejan a las mujeres. Sin embargo, hay algunas pocas en que ocurre lo inverso.
Las disposiciones de una sociedad con respecto a cómo deben comportarse sus individuos son la resultante obligada de la vida en común. Para que un gran número de personas pueda vivir juntas de una forma armónica y productiva, se hace necesario establecer un conjunto de reglas que rijan esa convivencia. Esto es natural y necesario, y así tenemos desde reglas no escritas sobre cómo vestirse y como saludar, hasta grandes compendios legales que estipulan los derechos y obligaciones de cada uno.
La pena máxima que la sociedad establece para aquel que no cumple con sus reglas consiste en expulsarlo de la misma, ya sea a través del destierro, la prisión o incluso la muerte. De ahí para abajo, hay gran variación en las sanciones que pueden ser impuestas por la violación de una regla. Cada sociedad permite mayor o menor libertad a sus individuos, y determina hasta qué punto puede un individuo apartarse de la conducta prescrita.
Hablando en forma simple y rápida, podemos decir que mientras puedas ganarte honradamente tu subsistencia y puedas mantenerte fuera de la prisión, lo que hagas debería estar exclusivamente bajo tu elección, sin que tengas que rendirle cuenta a nadie de lo que haces. En realidad, como persona sensata, seguramente elegirás adoptar un gran número de conductas que te asegurarán llevar a cabo una vida social con la menor cantidad posible de fricciones.
Lo importante es darse cuenta que siempre eres tú el que tiene el poder de elegir. Tú eliges la manera de comportarte teniendo en cuenta el medio en que vives y los beneficios que esperas obtener de la conducta adoptada.
En los animales, las reglas de conducta son dictadas totalmente por los instintos. En los hombres, las reglas de conducta son originadas parcialmente en los instintos, pero principalmente en la sociedad. Cuando un animal tiene que cortejar a otro, lleva a cabo invariablemente lo que se conoce como el ritual del apareo. En la especie humana, el cortejo puede diferir mucho de una sociedad a otra. Por ejemplo, en la gran mayoría de las culturas actuales son los hombres los que cortejan a las mujeres. Sin embargo, hay algunas pocas en que ocurre lo inverso.
Las disposiciones de una sociedad con respecto a cómo deben comportarse sus individuos son la resultante obligada de la vida en común. Para que un gran número de personas pueda vivir juntas de una forma armónica y productiva, se hace necesario establecer un conjunto de reglas que rijan esa convivencia. Esto es natural y necesario, y así tenemos desde reglas no escritas sobre cómo vestirse y como saludar, hasta grandes compendios legales que estipulan los derechos y obligaciones de cada uno.
La pena máxima que la sociedad establece para aquel que no cumple con sus reglas consiste en expulsarlo de la misma, ya sea a través del destierro, la prisión o incluso la muerte. De ahí para abajo, hay gran variación en las sanciones que pueden ser impuestas por la violación de una regla. Cada sociedad permite mayor o menor libertad a sus individuos, y determina hasta qué punto puede un individuo apartarse de la conducta prescrita.
Hablando en forma simple y rápida, podemos decir que mientras puedas ganarte honradamente tu subsistencia y puedas mantenerte fuera de la prisión, lo que hagas debería estar exclusivamente bajo tu elección, sin que tengas que rendirle cuenta a nadie de lo que haces. En realidad, como persona sensata, seguramente elegirás adoptar un gran número de conductas que te asegurarán llevar a cabo una vida social con la menor cantidad posible de fricciones.
Lo importante es darse cuenta que siempre eres tú el que tiene el poder de elegir. Tú eliges la manera de comportarte teniendo en cuenta el medio en que vives y los beneficios que esperas obtener de la conducta adoptada.
martes, 3 de mayo de 2016
Controla tus sentimientos
Crecemos en un ambiente social que nos estimula a pensar que no somos dueños de lo que sentimos, pero en realidad no es así. Tus sentimientos son una reacción física que experimentas como una consecuencia de tener un pensamiento. Tus pensamientos, ya sean sobre ti mismo, sobre otras personas o sobre el mundo inanimado, son siempre de tu exclusiva competencia.
Nadie puede obligarte a pensar sobre un determinado asunto o de determinada manera. Dentro de tu cabeza, tú eres el único que manda; nadie puede entrometerse con tus pensamientos. Salvo los casos especiales de técnicas psicológicas como el lavado de cerebro o el hipnotismo, tú decides sobre qué y cómo prefieres pensar.
Los sentimientos no aparecen por sí solos; son provocados por objetos o hechos que te llegan a través de percepciones, ya sea desde el exterior o desde tu interior. Tú percibes algo que ocurre dentro o fuera de ti, o algún objeto del mundo que te rodea. Esa percepción provoca un pensamiento que a su vez provoca un sentimiento. Esta es la cadena que debes tener presente si quieres controlar tus sentimientos.
Si no tuvieras la percepción de un hecho no podrías sentir nada al respecto. Supongamos que la noticia de la muerte de una persona amiga te entristece; si no te hubiera llegado esa noticia, la tristeza no hubiera tenido lugar. Pero además hay que tener en cuenta que, por lo general, a la percepción en sí le añadimos nuestra propia opinión o conclusión (el pensamiento). Esa conclusión es la que provoca el sentimiento.
Algunas personas creen que los sentimientos pueden aparecer espontáneamente sin necesidad de que ocurran las tres etapas que he explicado. Esas personas dicen, por ejemplo, "Hoy me levanté enfadado", o triste, o alegre o lo que sea. El motivo de que opinen de este modo es que nunca se han preocupado de controlar sus pensamientos y por lo tanto no saben que era lo que pensaban en un momento determinado. Si se preocuparan de indagar en su mente, encontrarían la causa de su enfado, tristeza, etc.
Debemos admitir que nadie está permanentemente alegre o triste o enojado; los sentimientos van y vienen aunque en ciertas personas algunos ocurran con más frecuencia que otros. Hay personas que están tristes la mayor parte del tiempo y otras en cambio están contentas. Pero no hay nadie, por más alegre que sea, que esté todo el tiempo alegre, ni ningún triste que no abandone en algún momento su tristeza.
Nadie puede obligarte a pensar sobre un determinado asunto o de determinada manera. Dentro de tu cabeza, tú eres el único que manda; nadie puede entrometerse con tus pensamientos. Salvo los casos especiales de técnicas psicológicas como el lavado de cerebro o el hipnotismo, tú decides sobre qué y cómo prefieres pensar.
Los sentimientos no aparecen por sí solos; son provocados por objetos o hechos que te llegan a través de percepciones, ya sea desde el exterior o desde tu interior. Tú percibes algo que ocurre dentro o fuera de ti, o algún objeto del mundo que te rodea. Esa percepción provoca un pensamiento que a su vez provoca un sentimiento. Esta es la cadena que debes tener presente si quieres controlar tus sentimientos.
Si no tuvieras la percepción de un hecho no podrías sentir nada al respecto. Supongamos que la noticia de la muerte de una persona amiga te entristece; si no te hubiera llegado esa noticia, la tristeza no hubiera tenido lugar. Pero además hay que tener en cuenta que, por lo general, a la percepción en sí le añadimos nuestra propia opinión o conclusión (el pensamiento). Esa conclusión es la que provoca el sentimiento.
Algunas personas creen que los sentimientos pueden aparecer espontáneamente sin necesidad de que ocurran las tres etapas que he explicado. Esas personas dicen, por ejemplo, "Hoy me levanté enfadado", o triste, o alegre o lo que sea. El motivo de que opinen de este modo es que nunca se han preocupado de controlar sus pensamientos y por lo tanto no saben que era lo que pensaban en un momento determinado. Si se preocuparan de indagar en su mente, encontrarían la causa de su enfado, tristeza, etc.
Debemos admitir que nadie está permanentemente alegre o triste o enojado; los sentimientos van y vienen aunque en ciertas personas algunos ocurran con más frecuencia que otros. Hay personas que están tristes la mayor parte del tiempo y otras en cambio están contentas. Pero no hay nadie, por más alegre que sea, que esté todo el tiempo alegre, ni ningún triste que no abandone en algún momento su tristeza.
Controla tus sentimientos (II)
No hay tristeza ni felicidad que dure eternamente: los sentimientos se alternan con mayor o menor rapidez, y así hay algunas personas en que duran más y otras en que duran menos. Todos sabemos que Paula tan pronto está feliz como está triste, y en cambio a Julián la tristeza por algo ocurrido le dura más que a otras personas. Este mismo hecho de la temporalidad de los sentimientos nos tendría que hacer pensar que algún motivo tiene que haber para que una persona que se siente feliz deje de hacerlo para sentirse triste, o para lo contrario: que pase de triste a feliz.
Si un sentimiento es temporario y no es permanente, quiere decir que en algún instante comenzó, tuvo su momento de inicio. Si estás alerta para detectar ese momento de inicio, lo cual implica que tienes que prestar atención a tus sentimientos, podrás tratar de recordar qué estabas pensando en el momento en que se inició el sentimiento. Si consigues recordarlo, verás que siempre hay una relación entre lo que pensaste y lo que sentiste.
Otras personas admiten que los sentimientos tienen una causa, pero creen que esa causa es siempre externa. Los escucharás decir: "Este mal tiempo me pone triste", "Esa persona me hace sentir mal" o "Siempre me haces enojar". La realidad es que el tiempo o las personas no son los que provocan nuestros sentimientos, sino lo que pensamos acerca de ellos, por ejemplo los recuerdos que nos traen.
El ser humano se siente mal o bien por un número asombrosamente limitado de razones, que tienen su origen en las necesidades básicas de la persona. Estas necesidades no son muchas y se encuentran catalogadas por los psicólogos. Pero en cambio son múltiples y diversas las maneras en las cuales esas necesidades pueden verse satisfechas o amenazadas. Cuando pensamos que algo puede influir positivamente o negativamente en una necesidad, sentimos algo. Sino, el hecho nos deja indiferentes.
En el caso de la última frase que he citado, "Siempre me haces enojar", dejemos de lado la palabra "siempre" que--de por sí--es generalmente discutible, y analicemos si es realmente la persona la que te hace enojar, o si, por el contrario, es algo que esa persona hace lo que provoca tu enojo. El enojo es un sentimiento que aparece cuando una necesidad básica se ve amenazada. Examina cuidadosamente que estaba haciendo esa persona cuando te enojaste y verás que de alguna manera estaba relacionado con la satisfacción de alguna de tus necesidades.
Si no quieres estar sujeto a ser como un títere emocional al cual los demás hacen sentir alegre o triste tirando de la cuerda adecuada, lo que tienes que hacer es negar a las demás personas el poder de influir en la satisfacción de tus necesidades. Este poder es el que les concedemos a través del pensamiento. La interpretación que hacemos de las acciones de los otros es lo que provoca los sentimientos que experimentamos. Por ejemplo, si alguien falta a una cita, pensamos que esa persona no nos aprecia y nos sentimos tristes, cuando a lo mejor existe otra causa.
Si un sentimiento es temporario y no es permanente, quiere decir que en algún instante comenzó, tuvo su momento de inicio. Si estás alerta para detectar ese momento de inicio, lo cual implica que tienes que prestar atención a tus sentimientos, podrás tratar de recordar qué estabas pensando en el momento en que se inició el sentimiento. Si consigues recordarlo, verás que siempre hay una relación entre lo que pensaste y lo que sentiste.
Otras personas admiten que los sentimientos tienen una causa, pero creen que esa causa es siempre externa. Los escucharás decir: "Este mal tiempo me pone triste", "Esa persona me hace sentir mal" o "Siempre me haces enojar". La realidad es que el tiempo o las personas no son los que provocan nuestros sentimientos, sino lo que pensamos acerca de ellos, por ejemplo los recuerdos que nos traen.
El ser humano se siente mal o bien por un número asombrosamente limitado de razones, que tienen su origen en las necesidades básicas de la persona. Estas necesidades no son muchas y se encuentran catalogadas por los psicólogos. Pero en cambio son múltiples y diversas las maneras en las cuales esas necesidades pueden verse satisfechas o amenazadas. Cuando pensamos que algo puede influir positivamente o negativamente en una necesidad, sentimos algo. Sino, el hecho nos deja indiferentes.
En el caso de la última frase que he citado, "Siempre me haces enojar", dejemos de lado la palabra "siempre" que--de por sí--es generalmente discutible, y analicemos si es realmente la persona la que te hace enojar, o si, por el contrario, es algo que esa persona hace lo que provoca tu enojo. El enojo es un sentimiento que aparece cuando una necesidad básica se ve amenazada. Examina cuidadosamente que estaba haciendo esa persona cuando te enojaste y verás que de alguna manera estaba relacionado con la satisfacción de alguna de tus necesidades.
Si no quieres estar sujeto a ser como un títere emocional al cual los demás hacen sentir alegre o triste tirando de la cuerda adecuada, lo que tienes que hacer es negar a las demás personas el poder de influir en la satisfacción de tus necesidades. Este poder es el que les concedemos a través del pensamiento. La interpretación que hacemos de las acciones de los otros es lo que provoca los sentimientos que experimentamos. Por ejemplo, si alguien falta a una cita, pensamos que esa persona no nos aprecia y nos sentimos tristes, cuando a lo mejor existe otra causa.
Acéptate como eres
La aceptación de uno mismo tal cual es constituye uno de los pasos más importantes para la superación personal. No se puede estar en paz si uno está disgustado con uno o más aspectos de su cuerpo o de su personalidad. Empero, este es el caso de la mayoría de las personas debido a la constante presión que experimentan por parte de los medios de comunicación (léase: radio, televisión, revistas) para que sean de determinada manera.
Son muy pocas las personas satisfechas con la manera en que vinieron al mundo. Generalmente el problema se centra en las características corporales y ello es así porque el tipo de sociedad en que vivimos ha otorgado una importancia excesiva a la apariencia del cuerpo como factor clave de exitosas relaciones interpersonales. Se insiste a través de los medios para que seamos más delgados, para que seamos más altos, para que nuestro cabello sea de tal color. Se nos dice que la popularidad, la cantidad de amigos que podemos tener, dependen de estos factores.
En otras palabras, cuánto más "lindo" o "linda" uno es, más probabilidad tiene de ser popular entre sus conocidos y de conseguir amor y felicidad. Por lo menos esto es lo que quieren hacernos creer los avisos publicitarios de las empresas que lucran con la venta de productos para que la gente deje de ser "fea". El concepto que tienen estas empresas de la fealdad según los avisos que publican es que una persona es fea cuando no está en condiciones de desfilar por una pasarela luciendo la ropa de las casas de alta costura.
La publicidad de estas empresas se ha centrado tradicionalmente en el sexo femenino, dado que el rol que estaba asignado por la sociedad a las mujeres era el de ser lo más atractivas posible a los fines de conseguir un esposo. Desde que tenemos noticia las mujeres se han preocupado por corregir los "errores" con que la Naturaleza las ha fabricado, a efectos de adaptarse al ideal vigente en el momento de su existencia.
Ese ideal, como es sabido, ha ido cambiando con el tiempo y así ha habido épocas en que la mujer ideal tendía a la obesidad, mientras que en otras no se admitía más que el estilo ultra-delgado. El largo de los cabellos, el tamaño de los ojos y de la boca, por no hablar de otras partes de la anatomía, que los creadores de la moda consideran como los más deseables han ido cambiando con el paso de las décadas. Así se puede decir que durante los años veinte del siglo pasado imperaba un ideal de mujer que no era el mismo que se imponía veinte años después en la década de los cuarenta.
Esta presión para que la mujer se adapte al ideal de moda en el momento se ha visto incrementada a partir de que no es solamente un recurso para no quedarse soltera, sino también para la supervivencia de las grandes compañías que obtienen enormes ganancias de la venta de productos para adelgazar, tinturas para el cabello, distintos cosméticos para realzar la apariencia, etc. Estas compañías, que no se destacaban para nada hace cincuenta años, ahora mueven cantidad exorbitantes de dinero y llenan de publicidad las páginas de las revistas y los espacios televisivos.
Son muy pocas las personas satisfechas con la manera en que vinieron al mundo. Generalmente el problema se centra en las características corporales y ello es así porque el tipo de sociedad en que vivimos ha otorgado una importancia excesiva a la apariencia del cuerpo como factor clave de exitosas relaciones interpersonales. Se insiste a través de los medios para que seamos más delgados, para que seamos más altos, para que nuestro cabello sea de tal color. Se nos dice que la popularidad, la cantidad de amigos que podemos tener, dependen de estos factores.
En otras palabras, cuánto más "lindo" o "linda" uno es, más probabilidad tiene de ser popular entre sus conocidos y de conseguir amor y felicidad. Por lo menos esto es lo que quieren hacernos creer los avisos publicitarios de las empresas que lucran con la venta de productos para que la gente deje de ser "fea". El concepto que tienen estas empresas de la fealdad según los avisos que publican es que una persona es fea cuando no está en condiciones de desfilar por una pasarela luciendo la ropa de las casas de alta costura.
La publicidad de estas empresas se ha centrado tradicionalmente en el sexo femenino, dado que el rol que estaba asignado por la sociedad a las mujeres era el de ser lo más atractivas posible a los fines de conseguir un esposo. Desde que tenemos noticia las mujeres se han preocupado por corregir los "errores" con que la Naturaleza las ha fabricado, a efectos de adaptarse al ideal vigente en el momento de su existencia.
Ese ideal, como es sabido, ha ido cambiando con el tiempo y así ha habido épocas en que la mujer ideal tendía a la obesidad, mientras que en otras no se admitía más que el estilo ultra-delgado. El largo de los cabellos, el tamaño de los ojos y de la boca, por no hablar de otras partes de la anatomía, que los creadores de la moda consideran como los más deseables han ido cambiando con el paso de las décadas. Así se puede decir que durante los años veinte del siglo pasado imperaba un ideal de mujer que no era el mismo que se imponía veinte años después en la década de los cuarenta.
Esta presión para que la mujer se adapte al ideal de moda en el momento se ha visto incrementada a partir de que no es solamente un recurso para no quedarse soltera, sino también para la supervivencia de las grandes compañías que obtienen enormes ganancias de la venta de productos para adelgazar, tinturas para el cabello, distintos cosméticos para realzar la apariencia, etc. Estas compañías, que no se destacaban para nada hace cincuenta años, ahora mueven cantidad exorbitantes de dinero y llenan de publicidad las páginas de las revistas y los espacios televisivos.
Acéptate como eres (II)
En los últimos tiempos, dado su afán ilimitado de ganancias, no sólo la mujer sino también el hombre ha sido puesto en la mira de las compañías y ahora existe un estilo de moda que los hombres deben tratar de imitar e infinidad de productos que los pueden ayudar a conseguirlo. Para comprobar esto solamente basta con hojear las páginas de una revista y observar como todos los modelos masculinos tienen un aire común, el mismo que tienen los personajes de los programas televisivos.
Aunque no tanto como para mujeres, existen infinidad de productos cosméticos que prometen ayudar al hombre en la tarea de seducir a la mujer o que aseguran reforzar la imagen del ejecutivo para así permitirle ascender más rápidamente en la escala corporativa. Hasta las clínicas de cirugía estética han vuelto también su atención al sexo masculino y ahora los hombres recurren en pie de igualdad al bisturí del cirujano para eliminar las arrugas que delatan la edad o los antiestéticos "rollitos."
Teniendo todo esto en cuenta, no es raro que la persona común que no tiene una fortuna para comprar productos que la mejoren o para hacerse las cirugías necesarias, o que tiene características que ni aún de esa manera se pueden modificar, se encuentre enojada contra esas características que, supuestamente, le restan posibilidades de ser feliz.
Si esa es tu situación, debes aprender a desembarazarte de ese sentimiento de frustración atribuyéndolo a su verdadera causa, la cual no es que seas defectuoso de nacimiento, sino que te comparas con un ideal que no tiene nada de sagrado ni de eterno, y que en cambio es una cosa comercial y del momento. Además, si miras a tu alrededor, verás que la mayoría de las personas no cumplen ese ideal que se promociona desde las revistas y la televisión, sin que ello le impida llevar una vida normal y feliz dentro de sus posibilidades.
La inmensa mayoría de las personas que podemos encontrar en el curso de nuestras actividades (si es que no nos movemos dentro del ámbito de los diseñadores de ropa) están muy lejos de cumplir el ideal que los medios de comunicación persisten en vendernos cómo lo que tendríamos que ser. No por eso se puede ver a esa cantidad de personas sollozando y guardando duelo por no poder hacer de modelo para la tapa de una revista.
Otro factor que contribuye a la infelicidad de la persona, pero en menor medida, es la insatisfacción con algún aspecto de su personalidad o de su mente. Cada uno de nosotros viene al mundo con una cierta personalidad y con una cierta capacidad mental. La mayoría está contenta con lo que ha recibido porque la sociedad no pone mayor énfasis en estos aspectos, aunque esto difiere de una sociedad a otra. Existen personas, sin embargo, a las que les gustaría ser de otra manera o ser más inteligentes. Mientras que la inteligencia de la persona no se puede modificar (cada uno tiene que arreglarse con lo que tiene), hay aspectos de la personalidad que se pueden cambiar y otros que no. En eso consiste justamente la superación personal: en tratar de cambiar aquello que puede ser cambiado y aprender a vivir con lo que no puede serlo.
Aunque no tanto como para mujeres, existen infinidad de productos cosméticos que prometen ayudar al hombre en la tarea de seducir a la mujer o que aseguran reforzar la imagen del ejecutivo para así permitirle ascender más rápidamente en la escala corporativa. Hasta las clínicas de cirugía estética han vuelto también su atención al sexo masculino y ahora los hombres recurren en pie de igualdad al bisturí del cirujano para eliminar las arrugas que delatan la edad o los antiestéticos "rollitos."
Teniendo todo esto en cuenta, no es raro que la persona común que no tiene una fortuna para comprar productos que la mejoren o para hacerse las cirugías necesarias, o que tiene características que ni aún de esa manera se pueden modificar, se encuentre enojada contra esas características que, supuestamente, le restan posibilidades de ser feliz.
Si esa es tu situación, debes aprender a desembarazarte de ese sentimiento de frustración atribuyéndolo a su verdadera causa, la cual no es que seas defectuoso de nacimiento, sino que te comparas con un ideal que no tiene nada de sagrado ni de eterno, y que en cambio es una cosa comercial y del momento. Además, si miras a tu alrededor, verás que la mayoría de las personas no cumplen ese ideal que se promociona desde las revistas y la televisión, sin que ello le impida llevar una vida normal y feliz dentro de sus posibilidades.
La inmensa mayoría de las personas que podemos encontrar en el curso de nuestras actividades (si es que no nos movemos dentro del ámbito de los diseñadores de ropa) están muy lejos de cumplir el ideal que los medios de comunicación persisten en vendernos cómo lo que tendríamos que ser. No por eso se puede ver a esa cantidad de personas sollozando y guardando duelo por no poder hacer de modelo para la tapa de una revista.
Otro factor que contribuye a la infelicidad de la persona, pero en menor medida, es la insatisfacción con algún aspecto de su personalidad o de su mente. Cada uno de nosotros viene al mundo con una cierta personalidad y con una cierta capacidad mental. La mayoría está contenta con lo que ha recibido porque la sociedad no pone mayor énfasis en estos aspectos, aunque esto difiere de una sociedad a otra. Existen personas, sin embargo, a las que les gustaría ser de otra manera o ser más inteligentes. Mientras que la inteligencia de la persona no se puede modificar (cada uno tiene que arreglarse con lo que tiene), hay aspectos de la personalidad que se pueden cambiar y otros que no. En eso consiste justamente la superación personal: en tratar de cambiar aquello que puede ser cambiado y aprender a vivir con lo que no puede serlo.
Evita la culpa
El sentimiento de culpa es algo que te puede estropear los mejores momentos y su erradicación demandará un gran esfuerzo de tu parte. Lo principal en este tema es aprender a distinguir cuándo y de qué debes sentirte legítimamente culpable, y qué debes hacer en ese caso.
Una cosa que debe quedar en claro es que el sentimiento de culpa, sea procedente o no, no soluciona nada por sí mismo. Si yo hice algo de lo que debo arrepentirme, por más culpable que me sienta y por más tiempo que arrastre ese sentimiento, el acto indebido va a seguir siéndolo y nada se va a adelantar en cuando a subsanarlo. De aquí se deduce que el sentimiento de culpa, sea correcto o no, es siempre inútil. Su única función es inducirme a hacer algo para corregir lo mal hecho. Si no tengo intenciones de corregirme o esta corrección es imposible, es inútil sentirme culpable.
En los casos en que realmente tenga razones para sentirme culpable, por ejemplo si he perjudicado indebidamente a otra persona, y lo que he hecho puede ser rectificado, lo que debo hacer es llevar a cabo esa rectificación. Una vez que haya hecho lo posible para solucionar el tema, el sentimiento de culpa desaparecerá por sí solo. Si me siento culpable por haber tratado mal a alguien y esa persona no está disponible para pedirle disculpa, sea porque haya muerto o por otra causa, lo que debo hacer es olvidarme del asunto porque no tiene solución.
La facilidad que tenemos los humanos para sentirnos culpables es utilizada por algunas personas para obtener control sobre otras. Este procedimiento es nocivo, pero por desgracia muy común. Funciona de la siguiente manera: la persona A quiere que la persona B haga algo. Para conseguirlo se las arregla para que B se sienta culpable si no hace lo que A quiere. Esta conducta errónea generalmente se aprende en la familia.
Por ejemplo, hay padres que, con la excusa de que no quieren imponer su autoridad a los hijos, recurren a este método para tenerlos bajo control. El padre o la madre acusan a los hijos de ser los causantes de su infelicidad, de su enfermedad o de su muerte, si los hijos no hacen lo que los padres quieren. Esto ocurre normalmente durante la infancia pero puede continuar hasta que los hijos sean adultos.
Los niños pueden utilizar esta herramienta en contra de sus padres, haciéndoles sentir culpables si no les compran un juguete o una ropa que supuestamente todos los otros niños tienen, o si no les dejan asistir a una fiesta a la que "todos los chicos van" y que los padres juzgan inconveniente. También puede ser utilizada por el marido en contra de la esposa o a la inversa. Es una conducta nociva que genera resentimiento en la parte obligada a hacer lo que la otra quiere.
Una cosa que debe quedar en claro es que el sentimiento de culpa, sea procedente o no, no soluciona nada por sí mismo. Si yo hice algo de lo que debo arrepentirme, por más culpable que me sienta y por más tiempo que arrastre ese sentimiento, el acto indebido va a seguir siéndolo y nada se va a adelantar en cuando a subsanarlo. De aquí se deduce que el sentimiento de culpa, sea correcto o no, es siempre inútil. Su única función es inducirme a hacer algo para corregir lo mal hecho. Si no tengo intenciones de corregirme o esta corrección es imposible, es inútil sentirme culpable.
En los casos en que realmente tenga razones para sentirme culpable, por ejemplo si he perjudicado indebidamente a otra persona, y lo que he hecho puede ser rectificado, lo que debo hacer es llevar a cabo esa rectificación. Una vez que haya hecho lo posible para solucionar el tema, el sentimiento de culpa desaparecerá por sí solo. Si me siento culpable por haber tratado mal a alguien y esa persona no está disponible para pedirle disculpa, sea porque haya muerto o por otra causa, lo que debo hacer es olvidarme del asunto porque no tiene solución.
La facilidad que tenemos los humanos para sentirnos culpables es utilizada por algunas personas para obtener control sobre otras. Este procedimiento es nocivo, pero por desgracia muy común. Funciona de la siguiente manera: la persona A quiere que la persona B haga algo. Para conseguirlo se las arregla para que B se sienta culpable si no hace lo que A quiere. Esta conducta errónea generalmente se aprende en la familia.
Por ejemplo, hay padres que, con la excusa de que no quieren imponer su autoridad a los hijos, recurren a este método para tenerlos bajo control. El padre o la madre acusan a los hijos de ser los causantes de su infelicidad, de su enfermedad o de su muerte, si los hijos no hacen lo que los padres quieren. Esto ocurre normalmente durante la infancia pero puede continuar hasta que los hijos sean adultos.
Los niños pueden utilizar esta herramienta en contra de sus padres, haciéndoles sentir culpables si no les compran un juguete o una ropa que supuestamente todos los otros niños tienen, o si no les dejan asistir a una fiesta a la que "todos los chicos van" y que los padres juzgan inconveniente. También puede ser utilizada por el marido en contra de la esposa o a la inversa. Es una conducta nociva que genera resentimiento en la parte obligada a hacer lo que la otra quiere.
No dependas de los demás
Uno de los objetivos (tal vez el más importante) de la superación personal es alcanzar la autonomía en todos los aspectos. Superarse implica tener opiniones propias, no aceptar pasivamente las opiniones de los demás. Sin rechazarlas indiscriminadamente, tomarse el tiempo para analizarlas y determinar si son valederas.
En el plano emocional significa que tus sentimientos no dependen de los demás. No puedes permitir que los demás sean la causa de que estés alegre o triste. Tus sentimientos deben ser provocados por tu propia decisión o por acontecimientos ajenos a la voluntad de una determinada persona.
Hay algunos que, al no entender bien este punto, dicen: "¡Pero no se puede vivir sin sentimientos!" Si bien es cierto que todos los sentimientos negativos que hacen enfrentarse a los individuos, como el odio y el enojo, deben ser desterrados, nada te impide disfrutar de sentimientos positivos como la alegría, la amistad y el amor.
También puedes experimentar tristeza por algo que te ha ocurrido o que le ha ocurrido a una persona querida, o por una noticia referente a la humanidad en general, como por ejemplo una guerra, una epidemia o una hambruna en alguna parte del globo. Pero el sentimiento de tristeza o dolor no debe inmovilizarte de manera que no puedas seguir adelante con tu vida a pesar de lo ocurrido.
Las personas que no han conseguido la autonomía, en el sentido que he explicado, viven dependientes de los demás, sean quienes sean: los padres, los jefes, los novios, los amigos, los esposos, tanto en el aspecto mental como el emocional. No tienen opiniones propias, o si las tienen no se animan a exteriorizarlas sin solicitar la aprobación del personaje de autoridad. Son esas personas que no se animan a hacer ninguna afirmación sin agregarle "¿No es cierto, Fulano?" Si Fulano no da su aprobación, inmediatamente retiran lo dicho.
Observa en una reunión en la oficina o en una rueda de amigos, y generalmente verás una persona que no abre la boca hasta que lo hayan hecho todas los demás, para de esa manera saber de qué lado sopla el viento antes de decir lo suyo. Esto no quiere decir que debas ir propalando a todos lo que piensas, sin fijarte en la ocasión ni el momento. Lo que debes tener, aunque no lo expreses si no lo consideras conveniente, es tu propia opinión independiente de lo que digan los demás.
Otro aspecto en que se manifiesta la falta de autonomía es en la conducta de la persona, que al fin es también una forma de expresarse. Tú te expresas a través de lo que dices y a través de lo que haces. Hay personas que están psicológicamente incapacitadas para hacer algo que piensan que no recibirá la aprobación de alguna figura de autoridad en particular o de la sociedad en general. Por ejemplo, puede ser que ya seas adulto y sin embargo no quieras hacer cosas que te parece que no tienen nada de malo, pero que no serían del agrado de tus padres.
Con respecto a las infelicidades de origen amoroso es donde existe más confusión sobre el tema de la autonomía. La mayoría de las personas entiende que el amor debe ser algo recíproco y que si tú amas a una persona, esa persona te debe amar a ti. Si tu amor no es correspondido, no te queda más remedio que ser la clásica víctima de amor.
Sin embargo, esto no tiene que ser necesariamente así. En primer lugar, nada te impide amar a otra persona aunque esa persona no te ame a ti o tal vez ni tenga noticia de tu existencia. En segundo lugar, si la otra persona no te devuelve tu amor, no es obligación que tengas que sentirte infeliz. Si, para amar a alguien, necesitas que esa persona te ame a ti, eso no es verdadero amor sino un sentimiento egoísta y que te hace dependiente del otro.
En el plano emocional significa que tus sentimientos no dependen de los demás. No puedes permitir que los demás sean la causa de que estés alegre o triste. Tus sentimientos deben ser provocados por tu propia decisión o por acontecimientos ajenos a la voluntad de una determinada persona.
Hay algunos que, al no entender bien este punto, dicen: "¡Pero no se puede vivir sin sentimientos!" Si bien es cierto que todos los sentimientos negativos que hacen enfrentarse a los individuos, como el odio y el enojo, deben ser desterrados, nada te impide disfrutar de sentimientos positivos como la alegría, la amistad y el amor.
También puedes experimentar tristeza por algo que te ha ocurrido o que le ha ocurrido a una persona querida, o por una noticia referente a la humanidad en general, como por ejemplo una guerra, una epidemia o una hambruna en alguna parte del globo. Pero el sentimiento de tristeza o dolor no debe inmovilizarte de manera que no puedas seguir adelante con tu vida a pesar de lo ocurrido.
Las personas que no han conseguido la autonomía, en el sentido que he explicado, viven dependientes de los demás, sean quienes sean: los padres, los jefes, los novios, los amigos, los esposos, tanto en el aspecto mental como el emocional. No tienen opiniones propias, o si las tienen no se animan a exteriorizarlas sin solicitar la aprobación del personaje de autoridad. Son esas personas que no se animan a hacer ninguna afirmación sin agregarle "¿No es cierto, Fulano?" Si Fulano no da su aprobación, inmediatamente retiran lo dicho.
Observa en una reunión en la oficina o en una rueda de amigos, y generalmente verás una persona que no abre la boca hasta que lo hayan hecho todas los demás, para de esa manera saber de qué lado sopla el viento antes de decir lo suyo. Esto no quiere decir que debas ir propalando a todos lo que piensas, sin fijarte en la ocasión ni el momento. Lo que debes tener, aunque no lo expreses si no lo consideras conveniente, es tu propia opinión independiente de lo que digan los demás.
Otro aspecto en que se manifiesta la falta de autonomía es en la conducta de la persona, que al fin es también una forma de expresarse. Tú te expresas a través de lo que dices y a través de lo que haces. Hay personas que están psicológicamente incapacitadas para hacer algo que piensan que no recibirá la aprobación de alguna figura de autoridad en particular o de la sociedad en general. Por ejemplo, puede ser que ya seas adulto y sin embargo no quieras hacer cosas que te parece que no tienen nada de malo, pero que no serían del agrado de tus padres.
Con respecto a las infelicidades de origen amoroso es donde existe más confusión sobre el tema de la autonomía. La mayoría de las personas entiende que el amor debe ser algo recíproco y que si tú amas a una persona, esa persona te debe amar a ti. Si tu amor no es correspondido, no te queda más remedio que ser la clásica víctima de amor.
Sin embargo, esto no tiene que ser necesariamente así. En primer lugar, nada te impide amar a otra persona aunque esa persona no te ame a ti o tal vez ni tenga noticia de tu existencia. En segundo lugar, si la otra persona no te devuelve tu amor, no es obligación que tengas que sentirte infeliz. Si, para amar a alguien, necesitas que esa persona te ame a ti, eso no es verdadero amor sino un sentimiento egoísta y que te hace dependiente del otro.
Evita la ira
Uno de los sentimientos negativos que se deben evitar es el de la ira, sentimiento que no es de ninguna manera natural de la persona humana como algunos piensan. También hay otros que, echando mano de algunas teorías psicológicas, dicen que es perjudicial para la salud mental reprimir la ira. Y finalmente otros abogan por la salud física postulando que, si no explotan de ira, criarán una úlcera.
Al contrario de lo que dicen aquellos que invocan un derecho natural para enojarse cuando se les dé la gana, es perfectamente posible vivir una vida sin ira. La ira no es una parte imprescindible de la naturaleza humana. Tú puedes aprender a no experimentar ira, con lo cual te librarás del problema psicológico de reprimirla y del problema fisiológico de tener una úlcera.
La ira es siempre la reacción a una frustración, y una frustración es lo que te ocurre cuando te falla algo que esperabas, algo con lo que contabas. Supongamos que esperabas un ascenso en la oficina y el ascenso se lo dan a otra persona. La ira te invade al enterarte. Otro ejemplo: habían convenido con un amigo en encontrarse en un lugar y cuando tú llegaste, él no estaba. Cuando finalmente llega, media hora tarde, estás reventando de ira.
Generalmente somos presa de ira cuando alguna circunstancia nos impide hacer o conseguir lo que desearíamos, o cuando alguna persona no se comporta de la manera que nos gustaría. Cualquiera sea la razón por la que te sientes enojado, la realidad es que tú decides enojarte; nadie te obliga a hacerlo.
Esta solución para el problema de la ira es lo que podríamos llamar "el principio de la falta de acción." Consiste en no buscar la solución a través de eliminar el estímulo, que viene a ser el hecho exterior que provoca la ira, como por ejemplo que el ascenso le sea concedido a otra persona. Esto muchas veces sería imposible y la solución fallaría. Por el contrario, lo que se trata de modificar es la reacción que en este caso viene a ser la ira. Esto es algo que está al alcance de la persona si ésta accede a cambiar su manera de pensar.
Este principio de la falta de acción es algo que a algunas personas les resulta difícil entender. Lo que arguyen es generalmente lo siguiente: "Si no me ascendieron, es lógico que me enfade", o "Tengo razón en enojarme". Cuando se invoca la lógica o la razón, se está dando la prueba de que la ira es un producto del pensamiento de la persona y no un acto reflejo inherente a la personalidad.
Así como has decidido que es lógico enojarse o que tienes razón al hacerlo, puedes decidir también lo contrario: que no es necesario hacerlo. Puedes decir, por ejemplo: "Tendría razón en enojarme, pero hay otras razones de mayor peso que me indican que es mejor no hacerlo". Una de esas razones es que generalmente la ira no soluciona nada, sino que complica más las cosas.
Al contrario de lo que dicen aquellos que invocan un derecho natural para enojarse cuando se les dé la gana, es perfectamente posible vivir una vida sin ira. La ira no es una parte imprescindible de la naturaleza humana. Tú puedes aprender a no experimentar ira, con lo cual te librarás del problema psicológico de reprimirla y del problema fisiológico de tener una úlcera.
La ira es siempre la reacción a una frustración, y una frustración es lo que te ocurre cuando te falla algo que esperabas, algo con lo que contabas. Supongamos que esperabas un ascenso en la oficina y el ascenso se lo dan a otra persona. La ira te invade al enterarte. Otro ejemplo: habían convenido con un amigo en encontrarse en un lugar y cuando tú llegaste, él no estaba. Cuando finalmente llega, media hora tarde, estás reventando de ira.
Generalmente somos presa de ira cuando alguna circunstancia nos impide hacer o conseguir lo que desearíamos, o cuando alguna persona no se comporta de la manera que nos gustaría. Cualquiera sea la razón por la que te sientes enojado, la realidad es que tú decides enojarte; nadie te obliga a hacerlo.
Esta solución para el problema de la ira es lo que podríamos llamar "el principio de la falta de acción." Consiste en no buscar la solución a través de eliminar el estímulo, que viene a ser el hecho exterior que provoca la ira, como por ejemplo que el ascenso le sea concedido a otra persona. Esto muchas veces sería imposible y la solución fallaría. Por el contrario, lo que se trata de modificar es la reacción que en este caso viene a ser la ira. Esto es algo que está al alcance de la persona si ésta accede a cambiar su manera de pensar.
Este principio de la falta de acción es algo que a algunas personas les resulta difícil entender. Lo que arguyen es generalmente lo siguiente: "Si no me ascendieron, es lógico que me enfade", o "Tengo razón en enojarme". Cuando se invoca la lógica o la razón, se está dando la prueba de que la ira es un producto del pensamiento de la persona y no un acto reflejo inherente a la personalidad.
Así como has decidido que es lógico enojarse o que tienes razón al hacerlo, puedes decidir también lo contrario: que no es necesario hacerlo. Puedes decir, por ejemplo: "Tendría razón en enojarme, pero hay otras razones de mayor peso que me indican que es mejor no hacerlo". Una de esas razones es que generalmente la ira no soluciona nada, sino que complica más las cosas.
Evita la ira (II)
Las personas que regularmente dan rienda suelta a su ira no sacan la cuenta del deterioro en la calidad de vida que esto les ocasiona. No tienen idea del cambio que representaría el hecho de buscar otra manera de solucionar sus problemas. En los casos en los que se llegan a dar cuenta de que hay otras personas que viven mejor, atribuyen la diferencia no a su propio comportamiento, sino a las acciones de los demás.
Muchas personas han crecido en familias donde la ira era lo común y no conocen otro estilo de vida. Estas personas no se dan cuenta de que es posible vivir mejor porque nunca han vivido de otra manera. Si alguien alguna vez le observa a una de esas personas: "Pero fíjate en Santiago, cómo puede vivir sin estar todo el día gritando," contestarán que el otro tiene la suerte de que no estén todo el día sacándolo de sus casillas.
La ira trae normalmente consecuencias nefastas para las relaciones personales. Las personas no se llevan mejor porque una de ellas descargue su ira en las otras. Si tienes que convivir con otras personas en un ambiente laboral, seguramente la mejor manera de hacerlo no es estar enojado con esas otras personas. Trabajar en esas condiciones es contraproducente para tu bienestar.
Por otro lado, si tu problema es que no te ascendieron, enojarte tal vez no sea la mejor manera de solucionar el problema y puede incluso disminuir la posibilidad de que te asciendan en el futuro. La ira puede impedirte pensar en maneras efectivas de encarar el problema. Una actitud serena te permite encarar formas constructivas de resolver la situación o de lograr que no se repita en el futuro.
Cuando la persona se permite ser presa de la ira, puede recurrir a agresiones verbales como insultar, ridiculizar o tratar sarcásticamente. Incluso puede llegar a la violencia física tirando objetos o propinando golpes. Algunos apelan a no hablar con la persona objeto de su rencor, como una manera de desconocer su existencia. Si llegas a estos extremos, es muy difícil que encuentres alguien que quiera prestarte ayuda en la situación que te molesta.
Plantear tu disconformidad de forma educada y amable es un recurso con posibilidades de conseguir un resultado favorable. Como éste no es un mundo perfecto, en ocasiones tendrás que reforzar tu pedido apartándote de la perfecta urbanidad, para subrayar la importancia que le das al asunto. Pero, aunque tengas que levantar la voz para hacerte valer, lo importante es no dejar que el enojo tome el control de tu conducta.
Recuerda siempre que enojándote con los demás no los vas a hacer cambiar. Si la otra persona es lenta, desordenada, conduce mal el automóvil, se desempeña mal como miembro del equipo, no vas a conseguir que cambie gritándole e insultándole. Menores resultados aún vas a conseguir con factores impersonales como el clima, el gobierno o la situación económica.
Muchas personas han crecido en familias donde la ira era lo común y no conocen otro estilo de vida. Estas personas no se dan cuenta de que es posible vivir mejor porque nunca han vivido de otra manera. Si alguien alguna vez le observa a una de esas personas: "Pero fíjate en Santiago, cómo puede vivir sin estar todo el día gritando," contestarán que el otro tiene la suerte de que no estén todo el día sacándolo de sus casillas.
La ira trae normalmente consecuencias nefastas para las relaciones personales. Las personas no se llevan mejor porque una de ellas descargue su ira en las otras. Si tienes que convivir con otras personas en un ambiente laboral, seguramente la mejor manera de hacerlo no es estar enojado con esas otras personas. Trabajar en esas condiciones es contraproducente para tu bienestar.
Por otro lado, si tu problema es que no te ascendieron, enojarte tal vez no sea la mejor manera de solucionar el problema y puede incluso disminuir la posibilidad de que te asciendan en el futuro. La ira puede impedirte pensar en maneras efectivas de encarar el problema. Una actitud serena te permite encarar formas constructivas de resolver la situación o de lograr que no se repita en el futuro.
Cuando la persona se permite ser presa de la ira, puede recurrir a agresiones verbales como insultar, ridiculizar o tratar sarcásticamente. Incluso puede llegar a la violencia física tirando objetos o propinando golpes. Algunos apelan a no hablar con la persona objeto de su rencor, como una manera de desconocer su existencia. Si llegas a estos extremos, es muy difícil que encuentres alguien que quiera prestarte ayuda en la situación que te molesta.
Plantear tu disconformidad de forma educada y amable es un recurso con posibilidades de conseguir un resultado favorable. Como éste no es un mundo perfecto, en ocasiones tendrás que reforzar tu pedido apartándote de la perfecta urbanidad, para subrayar la importancia que le das al asunto. Pero, aunque tengas que levantar la voz para hacerte valer, lo importante es no dejar que el enojo tome el control de tu conducta.
Recuerda siempre que enojándote con los demás no los vas a hacer cambiar. Si la otra persona es lenta, desordenada, conduce mal el automóvil, se desempeña mal como miembro del equipo, no vas a conseguir que cambie gritándole e insultándole. Menores resultados aún vas a conseguir con factores impersonales como el clima, el gobierno o la situación económica.
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