La tendencia que tenemos a pensar que los demás tienen que comportarse como nosotros lo haríamos trae muchas dificultades y muchas desgracias. Si permanentemente esperamos de los demás una conducta similar a la nuestra, nos vamos a exponer a vernos frustrados la mayor parte de las veces porque, sencillamente, los seres humanos somos muy diversos. Nadie es exactamente igual a nadie, o al menos la probabilidad de encontrar alguien igual a uno entre las personas conocidas es muy remota. Esa diferencia que existe entre uno y los otros, por pequeña que sea, basta para que los comportamientos sean diferentes.
El otro problema que vamos a tener es que las relaciones interpersonales van a experimentar dificultades, ya que forzosamente habrá reproches por conductas que no son las esperadas. Estos reproches generarán enojos que harán que la relación se deteriore y que, en el peor de los casos, llegue a interrumpirse. Siendo como somos, si yo estoy esperando que el otro se porte de una manera determinada y no lo hace, lo más probable es que se lo reproche. También es lo más probable que el otro se enoje por el reproche y terminemos distanciados.
Esto puede ocurrir con relaciones que de otro modo serían armoniosas como, por ejemplo, entre marido y esposa. Aquí, a las diferencias generales que existen entre las personas, se agregan las diferencias que hay entre los dos sexos. Sin embargo, es necesario que cada uno aprenda a transigir con los aspectos del otro que no son tan importantes como para interferir seriamente con la relación.
Pasando a temas donde se precisa ejercer un mayor discernimiento, tenemos el caso en que los puntos de vista en discordia involucran concepciones de vida diferentes. Estoy hablando de aquellos casos en que lo que difieren son los valores morales de las personas. No hay una regla general para aplicar en estas situaciones, sino que cada uno tiene que estipular hasta qué punto está dispuesto a llegar en la aceptación de los otros cuando estos otros tienen una distinta jerarquía de valores que la que uno tiene.
Un caso particular de esta situación se presenta cuando estamos hablando de diferencias generacionales como las que existen, por ejemplo, entre padres e hijos. En otras épocas se podía presuponer una comunidad de valores entre los padres y los hijos, pero hoy esto es la excepción más bien que la regla. Aquí es más difícil la tolerancia porque los padres esperan naturalmente que los hijos sean una continuación suya, expectativa que cada vez se ve frustrada con mayor frecuencia.
Los padres tienen que manejar esta situación manteniendo un equilibrio entre el respeto a los valores de la nueva generación y el respeto a su obligación paternal de encauzar a sus hijos. Permitir todo y negar todo no son las soluciones a este problema. Debe tratarse de transmitir lo sustancial de los valores teniendo en cuenta los nuevos puntos de vista.
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